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sábado, 22 de noviembre de 2014

Porque los prejuicios duelen

No es justo catalogar a las personas como si de muñecos se tratasen. Desde un punto de vista biológico todos somos un conjunto de células. Carne y huesos. Piel y músculos. Personas. Ojalá llegue el día en el que el blanco y el negro sean dos colores más de la paleta de un pintor.
Ya sé que el egoísmo, ese infantil “yo y solo yo” y una absurda e infundada creencia de superioridad está atrincherada en cada uno de nosotros. Quien más y quien menos ha pensado alguna vez: “apuesto lo que sea a que yo lo haría mejor”. Puede que incluso sea cierto; pero habrá veces que no y no es justo despreciar a los demás por ello. La perfección y las utopías mejor dejémoslas para las películas de ciencia ficción. De momento vivimos en este precioso e imperfecto mundo.
Una mente cerrada y ciega es capar de matar diez cabecitas pensantes dispuestas a ver más allá. Sin embargo, a pesar de que a palabras necias oídos sordos, a nadie le gusta que le juzguen por su aspecto, por su forma de vestir o de moverse, por sus gustos. Tenemos un corazón que late y un tímido amor propio que se encoge de dolor al oír eso. Nos dan ganas de decir: “abre el libro, no te quedes estancado en la portada”. Porque, para bien o para mal, una sola palabra duele mucho más que un puñetazo.
Seguiré con mi perorata y otras ideas sin sentido alguno. Mi pregunta es por qué: ¿por qué el amor no es simplemente amor?, ¿por qué un beso solo es un beso si son los labios de un hombre los que se unen a los de una mujer?, ¿es que no vemos que es inútil mirar por encima del hombro?, ¿acaso aún no sabemos que nadie escoge de quién se enamora puesto que cupido es demasiado caprichoso y el amor un loco invidente?
Mi humilde opinión es que el hecho de rechazar a alguien por su orientación sexual es una suma estupidez. ¿Qué importa? Es como si de repente, todos decidiéramos dar de lado a una profesión en concreto, a los abogados por ejemplo. “¿A qué viene este rechazo?” dirían. “Se siente, no haber escogido esta profesión, no haber nacido con esta vocación” responderíamos incluso convencidos de que tenemos razón. ¿Es injusto? Pues sí, lo es, pero, ¿rectificaremos?
Y ya, lo que más me gusta, el machismo.
Llamadme torpe, pero no entiendo por qué la princesa debe esperar sentada a que su príncipe llegue. Mira que si el pobre hombre se pierde... ¡Qué paciencia va a tener que tener nuestra querida princesita! Con lo fácil que hubiera sido intentar salvarse a sí misma... aunque en ese caso... el cuento ya no nos gustaría, ¿no?
Cómo es que una mujer hecha y derecha debe ir “medianamente decente”, ¿qué entendemos por “decente”? ¿Una falda por los tobillos y cuello alto? Como haga calor...
Resumiendo, es indignante. Una vez alguien me dijo que sufre más el que ve que el que enseña. Según esa regla de tres, ¡anda mujer, vístete como te apetezca y corre! Que luego, todos los que te vean y sufran serán los mismos que te tacharan de “buscona”, de “calienta braguetas”. Parece ser que no captan que la vida de una mujer no gira en torno a... bueno, a cierto órgano masculino.
No comprendo cómo, en pleno siglo XXI, la palabra feminismo se dice entre dientes, con la boca pequeña.
No entiendo por qué un joven al que no le gusta patear un balón es afeminado y una mujer a la que sí le gusta es una “marimacho”
Puede que sea mi culpa el que todo esto escape a mi entendimiento (¡oh ilusa de mí!). Puede que me tachen de borde, poco femenina, apenas atractiva, listilla... Pero, ¿sabéis qué? Que no es mi problema.
Muy buenas noches damas y caballeros.

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sábado, 15 de noviembre de 2014

No llores

No llores. Respira. Seca esas lágrimas. Guárdalas para cuando las necesites de
verdad.
No llores mi niña, que ni el invierno es tan frío ni la noche tan larga.
Regálale esas perlas de agua a la luna para que cree nuevas estrellas.
Sécate las mejillas y rescata tus antiguas ilusiones.
Piensa que la lluvia no cae para ahogarte, sino para robar tus miedos.
No llores. Respira. Seca esas lágrimas. Guárdalas para cuando las necesites de verdad.
Abre tus labios rojos y grita y chilla y enfurécete con la vida misma.
Cierra los puños y limpia el polvo de tus rodillas.
Borra de tu cara los ríos que ahora la surcan.
Deja de temblar, que el fuego arde para calentarte.
No llores. Respira. Seca esas lágrimas. Guárdalas para cuando las necesites de verdad.
Ahora sonríes, ¿no es mejor?
Ahora alzas la cabeza y el sol te ciega, ¿no es reconfortante?
Ahora el aire estalla en tu pecho como fuegos artificiales, ¿no es maravillosamente simple?
Ahora las niñas de tus ojos se bañan en color, ¿no es bello?
Ya no lloras. Únicamente respiras. Te secaste las lágrimas. Las encerraste bajo llave porque sabes que puede que mañana las necesites.

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domingo, 9 de noviembre de 2014

Escondida entre libros

Hola, me llamo María. Tú no me conoces, ni yo a ti, pero necesito escribir esta carta, dar fe de que aprendí a vivir y a valerme por mí misma en una sociedad y en una época en la que mi deseo de aprender y de independencia estaba mal visto; en un tiempo -principios del siglo XVIII- en el que mi forma de pensar me tachaba de loca y de insensata.

Querido lector, sé que no has comprendido bien a lo que me refiero con todo esto, así que mejor comienzo desde el principio:

Mi nombre es María Wells y tengo 60 años. Mi padre era inglés, escritor en sus ratos libres y mi madre era de aquí, de Madrid, desde donde te estoy escribiendo ahora mismo.

Mi infancia fue realmente feliz a pesar de que no gozábamos de una buena situación económica, mis padres se amaban con locura y yo, cada noche, me sentaba junto al alféizar de la ventana y soñaba que de mayor me casaría con un hombre apuesto que me susurraría secretos al oído y que siempre me querría, eso y comerme todo el chocolate del mundo eran mis sueños infantiles más íntimos y preciosos.

Mi madre era incansable, todo el día limpiando la casa, haciendo pasteles y mermeladas para la señora Matilde, la pobre ancianita que vivía enfrente y que siempre estaba enferma. Cuando volvía a casa de la compra o de casa de la señora Matilde, hacía la comida, lavaba la ropa, planchaba, me reñía por ensuciar la ropa y volvía a lavarla... Todo eso sin despeinarse y siempre canturreando canciones infantiles para que yo me distrajera. Cuando caía la noche y papá volvía, mamá le servía una copa de coñac y le masajeaba levemente los hombros mientras él le contaba lo que había hecho.

Recuerdo perfectamente que una noche, mi padre se me acercó y antes de darme las buenas noches, me contó una historia fascinante, tan divertida y emocionante, que mi joven corazón saltaba en mi pecho rogando por una continuación. Yo le pregunté a mi padre que cómo sabía esas maravillosas aventuras, a lo que él contestó: “María, mi pequeña María, esas historias tan fascinantes se encuentran en los libros, por eso me hice escritor, para conseguir que todo el mundo pusiera la expresión que perdura ahora en tu carita, mi niña, buenas noches y que duermas bien”

A los 15 años, me pasé dos días llorando, implorándole a mi padre que me enseñara a leer y que me dejara estudiar los libros de esas grandes estanterías que tenía en su despacho, aunque quien más resistencia opuso a esta idea fue mi madre, quien argumentaba que una señorita como yo debía aprender a coser y cocinar antes que a leer.
Al final, mis padres, hartos de mi incesante llanto, accedieron a enseñarme a leer, con la lectura, llegó mi pasión por la escritura; todas y cada una de las ideas que se amontonaban en mi mente eran versos que necesitaba plasmar en el papel.

Esos años fueron los más felices de mi vida, mi mente flotaba y vivía en un mundo paralelo en el cual podía expresarme libremente, ya que en el mundo real debía mantener mi pasión oculta para que los vecinos no me miraran de reojo al cruzarse conmigo, aunque a mí eso me daba igual, porque como ya he dicho, yo vivía en mi propio castillo hecho de versos y de metáforas, pero mi pobre madre no podía soportar esas miradas acusadoras y sentía que no me había criado como dios manda.

Ese año mi adorada madre murió y su último deseo fue que mi padre consiguiera casarme con un hombre bueno que me quisiera a pesar de mis rarezas y de mi inexplicable placer por esas frases imposibles de entender (así se refería ella a mis poemas y juegos de palabras).
Cuando tomé conciencia de que había muerto, pues yo pensaba que mi madre era una especie de ser eterno que nunca se cansaba ni se quejaba, me encerré en mi cuarto en un constante estado de melancolía en el que mi único escape era mi pluma y el primer libro de cuentos que leí sin ayuda de nadie.

Cuando mi madre murió, mi padre cumplió su última voluntad: casarme con un buen hombre. Así, mi padre me prometió a los 20 años con el joven Gonzalo Montero.
Gonzalo era un chico pecoso, de largos y rizados cabellos rubios, con una boca y una nariz grande y un gesto simpático en la cara, si no fuera por sus ojos, negros y afilados como agujas, desconfiados y rencorosos, los ojos más fríos que jamás había visto.

A los 20 años comencé mi vida de casada, tuve que dejar un poco de lado mi amor por los libros. Al poco de casarme me quedé embarazada. Gracias al bebé que esperaba, mi matrimonio mejoró ligeramente, ya que Gonzalo nunca llegó a entenderme y si alguien le preguntaba por mí, él nunca contaba que me gustaba escribir y leer, nunca... Una noche me desperté entre sudor y lágrimas, acuciada por amargas pesadillas y entonces encontré mi cama ensangrentada y mis piernas, temblorosas, manchadas. Entonces supe con certeza que había perdido a mi bebé y que quizás nunca volvería a quedarme embarazada.

Tras mi aborto, Gonzalo se volvió posesivo, celoso, controlador. No me permitía hablar en público de mis libros, es más, me quemó todos los libros que heredé de mi padre y rompía mis poemas. Me gritaba, noche tras noche, que era un fracaso: no servía ni de madre, ni de esposa, que no merecía el aire que respiraba. Cada día su mal humor aumentaba, me gritaba, me insultaba, me pegaba... más tarde, cuando temblaba de terror con su simple roce, él rompía a llorar, me imploraba perdón; juraba y perjuraba que me amaba y que si yo dejaba de amarle, se suicidaría...
Temía estar con él, pero también temía dejarle, pues si algo le pasaba, yo sería la culpable... o eso me hizo creer.

Una calurosa tarde de agosto estaba yo sentada leyendo una historia sobre princesas olvidadizas que no recordaban donde ponían sus coronas cuando llegó mi esposo, ebrio, soltando los mayores improperios que jamás había oído, intenté calmarlo, craso error, me cogió del cuello y me empujó contra la cama, allí escupió todo su dolor a gritos, me dijo que nunca quiso casarse y que no tendría descendencia jamás porque era imposible que una mujer que se preocupa más por sus libros que por su familia fuera capaz de tener hijos, en aquella pequeña y sombría habitación me poseyó a la fuerza y me golpeó hasta que sus nudillos sangraron; hasta que casi pierdo la conciencia.

Me quedé completamente inmóvil y él salió de la habitación hecho una furia... dos horas más tarde Gonzalo había muerto en un accidente al atropellarlo un carruaje.

En ese entonces tenía yo 37 años y en su funeral lloré, no por pena, sino por mi hijo perdido, de rabia por haber dejado que ese hombre me tocara tantas y tantas noches, porque todos los que estaban en el funeral me miraban de reojo y susurraban lo extraño que era que prefiriera un libro al calor humano y que la muerte de mi esposo fue por mi culpa, por no saber ser una buena esposa, una mujer como Dios manda. Esa vez me avergoncé de mí misma y decidí no volver a mirar un libro.

Tras eso me mudé a mi antigua casa. No recuerdo cuántas noches en vela pasé, intentando convencerme a mí misma de que Gonzalo murió accidentalmente, y que no fue él mismo el que se abalanzó frente aquel carruaje por amargura y por la frustración que yo le causé. Pasé días y días sin salir, limpiando mi casa, cocinando, remendando calcetines... y repitiéndome incesantemente que no era inútil, ni estúpida, ni un fracaso.

Un día, limpiando el antiguo cuarto de mi padre, encontré el primer libro que leí junto a él; el único que Gonzalo no quemó; rompí a llorar porque no pude evitar abrirlo y leerlo de nuevo.

Escribí, y me embargó tal sentimiento de felicidad y paz que jamás volví a preguntarme si merecía ser feliz. La respuesta estaba clara: sí.

Comencé primero con pequeños poemas religiosos que el párroco de la iglesia, tras mis insistencia, me dejaba leer tras las misas. Con esto, me gané cierta fama entre las esposas de mis vecinos, que no podían sino admitir que mis versos eran bellos pero a la vez directos y concisos; dulces pero bañados en años de dolor. Así, pasé de ser extraña por mi pasión por la escritura, a tener cierto prestigio precisamente por eso.

Ya no pensaba en Gonzalo más que como un recuerdo de una mala época. Fueron años llenos de dolor, rabia contenida, culpabilidad... Ahora que lo veo todo en perspectiva, de lo que más me arrepiento es de haber negado alguna vez lo que soy, lo que de verdad me da vida, mi pasión, mis versos. Mi mundo de rimas y metáforas, de caballeros de brillante armadura y duendes desdentados con risas estridentes. De castillos habitados de reyes con largas barbas en las que habitaban diminutos gnomos. De brujas honradas y hadas malvadas. De dragones alados que trabajaban codo con codo con los campesinos. En ese mundo etéreo y perfecto viví los siguientes años y fueron los más felices de mi vida.

Querido lector, hoy es mi sesenta cumpleaños, la artrosis de mis manos me impide escribir, pero, con un último esfuerzo y tras una noche despierta hasta la madrugada, he conseguido acabar esta carta que depositaré en mi escritorio, junto al primer libro que leí, el único que Gonzalo no quemó, para que llegue a tus manos y leas mi vida, para que veas que los golpes de un hombre casi me mataron físicamente y me hicieron sentir vergüenza de mi misma, pero que a pesar de todo jamás perdí mi identidad ni el valor para continuar.
Querido lector, escribo esto para que las mujeres que se encuentren en mi situación, puedan aprender de mi experiencia.


Saludos de María.


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miércoles, 22 de octubre de 2014

¿Me lo dirías?

¿Me lo dirías si me dejaras de amar?
Si tu corazón se desangrara por otros ojos.
Si tus labios se agrietaran ansiando un roce distinto.
Si tus lágrimas gritaran el nombre de otra.
¿me lo dirías?
¿Me dirías que no me quieres tanto como yo a ti?
Si vieras que mi boca sueña con la tuya.
Si supieras que de mis ojos solo salen lágrimas con tu nombre escritas.
Si conocieras la identidad de aquel que vive en mis sueños.
¿me lo dirías?
Ahora mi alma se estruja y tiembla al pensar en ti.
Mis pupilas tienen miedo de pensar en que quizás no me quieres como yo a ti.
Ahora una sonrisa desdibujada vive eterna en mi rostro.
Si ya no me quisieras más,
si ya te olvidaste de mi voz...
¿Me lo dirías?

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sábado, 18 de octubre de 2014

Por un nuevo día

Y alcemos la copa por un nuevo día, con sus horas muertas y los minutos que desaparecen demasiado rápido.
Brindemos por lo que dijimos y también por lo que callamos, porque esas palabras han reformado nuestras voces hoy.
Celebremos que la noche siempre se aburre de reinar y deja paso al amanecer.
Riámonos de todos esos vasos de café derramados accidentalmente sobre la camiseta de alguien que dejó de ser un desconocido.
Por todos y cada uno de los besos. De los llantos. De los espacios vacíos y de las pausas.
Festejemos que no todo acaba como planeamos porque qué aburrido sería vivir sin sorpresas.
Abracemos las mil y una caídas que han encallecido nuestras rodillas y nos han obligado a desarrollar alas.
Besemos cada corazón roto. Simplemente vendémoslo y mañana latirá como nuevo.
Pongamos atención a todos los susurros y al aliento posado sobre nuestras manos en los fríos días de invierno.
Recordemos los polvorientos cuentos infantiles, a las princesas que besan sapos y a las brujas malas que hagan lo que hagan nunca vencen.
Juguemos a ser niños pequeños envueltos en sábanas fingiendo ser fantasmas.
Chillemos al viento que nunca se esta completamente solo, que la imaginación rompe muros y construye puentes.
Y alcemos la copa por un nuevo día, con sus horas muertas y los minutos que desaparecen demasiado rápido.



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martes, 14 de octubre de 2014

Libertad

Como una marioneta sin hilos.
Liberada de su prisión de porcelana y colores insulsos, aburridos.
Como un lobo aullando a la noche, con la brisa helada erizando su pelaje negro carbón.
Sintiendo el corazón latiendo un número absurdo de veces en menos de un segundo.
Sintiendo el vello de la nuca como brazos levantados hacia el cielo, exigiendo lo que tanto ansían.
Oyendo el clamor de mil orquestas catastróficas que jalean, chillan, ríen alocadamente.
Oyendo la voz inconsciente de la conciencia que, despistada, incita a huir de la realidad.
Como una princesa harta de esperar al príncipe azul en su lecho de rosas de papel.
Como un río que fluye salvaje, arrastrando, empujando, arañando.
Como una reina de corazones ordenando cortar cabezas.
Un torbellino imposible.
La tormenta perfecta.
La luna roja, de sangre.
Sintiendo al fin una desbordante, aterradora y excitante libertad.
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miércoles, 8 de octubre de 2014

Por qué será...

Por qué será que en cada gota de lluvia veo dibujada tu sonrisa.
No puedo siquiera llegar a discernir cómo el travieso destino te puso en mi camino.
A veces tan distante.
Muy lejos de mí,
a miles de kilómetros estando tan cerca,
tanto que siento tu aliento en mi cuello.
A veces tan suave.
Con manos curiosas, de fuego y cristal que queman y arañan.
Mirando el azul.
Con faroles prendidos en la nada.
Brillando, errantes, perdidas desde hace milenios.
Me recuerdan a mí,
sin rumbo,
ahogándome en gotas de agua salada.
Agua de mar que rueda desde mis ojos hasta mi boca.
Solo agarrando el poste que para mí significas.
Un pequeño punto de partida y de final en medio de la nada.
Un pilar que adoro y que odio necesitar.
Un monte que sostiene mi mundo y lo mantiene arraigado a la monótona realidad.
Por qué será que mi corazón se empequeñece cuando no me miras,
cuando te giras en la dirección del viento y hay veces en las que,
si la brisa, maldita vagabunda,
sopla hacia mí, me ves; ahí es cuando me ves tal y como soy.
En cambio, si la ráfaga de aire, juguetona y cruel, sopla hacia otro mundo, huyes hacia allí.
Hacia ese mundo al que, por más que lo intento , nunca consigo llegar.
Siempre se escurre entre mis dedos húmedos. Fríos, ausentes. Perdidos.
Por qué será que soy incapaz de mantener la cabeza alta.
La mirada fija.
Las mejillas secas.
Por qué será que odio que mi mundo se derrumbe cuando tu voz no resuena en él como un vetusto eco.
Por qué será que yo di un paso a la derecha y tú a la izquierda.
Por qué será que chocamos en el cruce.
No entiendo la razón por la que yo no soy capaz de continuar y tú eres incapaz de dar un paso atrás.
Atrapados en ese cruce, el uno perdido en los ojos del otro.
Por qué será que sonríes, coges mi mano y yo ni siquiera sé si alguna vez querré escapar de esta intersección.
De ti
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lunes, 6 de octubre de 2014

La situación laboral de la mujer

 El hecho de vivir en una sociedad en la que la mujer es infravalorada, cuyo trabajo es menospreciado y peor pagado es simplemente degradante y realmente injusto.
Una mujer puede hacer exactamente lo mismo que un hombre, no diré que las mujeres son superiores a los hombres, tampoco voy a adoptar esa actitud que sería completamente errónea. Pero sí es obvio que habrá mujeres que desempeñen mejor ciertas tareas y quizás no les concedan un trabajo por el simple hecho de haber nacido mujer... ¿habrá cosa más estúpida que eso? Ya respondo yo; no.

Pondré un ejemplo: imagina a dos hombres. Los dos prácticamente iguales. Los dos visten un traje negro y llevan un maletín color marrón con el cierre dorado. Los dos acabaron sus estudios el mismo año y con las mismas notas. Ambos están en la sala de espera de una gran empresa para una entrevista de trabajo. Aparentemente el director de la empresa podría escoger a cualquiera de los dos puesto que ambos tienen exactamente las mismas capacidades para desempeñar el trabajo en cuestión ¿no? Pero que pena, resulta que el color favorito del director es el rojo. Uno de los hombres lleva una corbata roja, pero el otro, la lleva azul. El director se decanta por el hombre de la corbata roja. ¿es justo que el hombre de la corbata azul no sea contratado solo porque no le gusta el rojo? Pero claro, solo había un puesto, pero... los dos eran iguales académica y profesionalmente hablando. ¿qué hizo que el director escogiera al hombre de la corbata roja? Sus propias preferencias.
Si ahora extrapolamos esto la vida real, pero en esa entrevista hay dos personas: un hombre y una mujer, los dos iguales en cuanto a la capacidad para realizar ese trabajo, en la mayoría de los casos, ¿a quién escoge nuestro excelentísimo director? Exacto, al hombre, ¿por qué? Oh por favor, ¿cómo se me ocurre hacer una pregunta tan absurda? Es obvio, ¡por ser hombre!

¿Quién se arriesgaría a que una mujer llevara las riendas de una empresa?... ¡mira que si le da por ponerse a recoger o a adornar la oficina con flores y ambientadores de agua de rosas!
No, no y no. hay que estar loco o querer que la compañía fracase para escoger antes a una mujer que a un hombre. Pero, comparemos; pongámonos en el absurdo de que una mujer es la jefa de una gran empresa... Para empezar, puede que manchara con laca de uñas el trabajo en el que ha estado trabajando todas las noches durante una semana. Puede que los demás en la oficina no la respetaran, a pesar de que la pobre intenta evitar los despidos de sus trabajadores, mejorar sus oficinas, etc. ¿pero qué esperar de ella? es una mujer.

En resumidas cuentas, señoras, no esperen ser igual que los hombres en el ámbito laboral. No porque no valgan para el trabajo, en absoluto, que quede claro que lo dicho anteriormente era ironía. Cada coma y cada punto estaban bañados en sarcasmo. Pero en esta sociedad en la que aún quedan rastros machistas en cada esquina, hace falta rellenar la entrepierna del pantalón para ser considerado “apto”. 
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sábado, 4 de octubre de 2014

Eres tú, mi querido desconocido

¿Acaso es de ilusos desear algo más?
Un roce al amanecer que deje huella toda la jornada.
Una mirada que traspase horizontes.
Un beso que desgarre y a la vez una corazones.
¿Crees que me gusta sentirme así?
Como si mi voz solo hablara un eterno diálogo en el que falta otro hablante.
Como si no existiera la luna llena.
Como si mi sangre solo corriera por la mitad de mis venas.
Como si me faltara una parte de mí.
Duele ver viandantes cogidos de las manos, respirando el aroma del otro.
Duele tomar café solo. Sentada en un anciano bar cuyos cimientos son más antiguos que las raíces de un árbol.
¿Tan malo es querer encontrar algo especial?
Algo único que me haga reír cuando debería llorar y viceversa.
Algo mágico, bohemio.
Algo vetusto con aire de novela caballeresca.
Alguien capaz de retar mi mente con simples palabras y de hacer temblar mis rodillas.
¿Tan horrible es soñar con ese día insípido en el que te conozca y se empape de sabor?
¿Tan estúpido es querer que el reloj corra porque, en mi interior, sé que me estás esperando como yo aguardo por ti?
No, no es malo, ni horrible, ni estúpido.
Es romántico. Es Romeo y Julieta.
Es pasional. Es Madame Bovary.
Es tierno e irracional. Es Don Quijote y su Dulcinea.
Es eterno y trascendental. Es Cleopatra y Marco Antonio.
Es otra historia como tantas. Simple. Repetitiva. Insulsa vista desde fuera. Única e incomparable vista a través de mis ojos.

Eres tú, mi querido desconocido.
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miércoles, 1 de octubre de 2014

Adiós

Hoy yace en su cama, herida por el tiempo. Bañada en noventa primaveras
pasadas. Cegada por la anciana luz que la acompaña en su último suspiro.
Ahora recuerda ese collar de perlas que su madre nunca le dejó usar, pero que ella, en secreto, se ponía para fingir ser la princesa de su castillo erigido entre nubes y sueños.
Ahora es consciente de la importancia de aquel libro de cuentos que nunca leyó entero pero que siempre fingió saberse de memoria.
En estos momentos recuerda el primer beso que un joven rubio como el sol depositó en sus labios rosados.



Rememora su primer baile con sus amigas, confidentes de mil amores y desamores, de millones de sonrisas bañadas en días de lluvia y posos de café.
Ahora sonríe ante el recuerdo del altar, de la orquesta acompañando sus nerviosos pasos y de aquel joven rubio que la besó años antes esperando con un anillo entre sus manos.
Recuerda el dolor que le produjo perder a su primer hijo y el amor que regaló a su segundo retoño.
Acompaña con una sonrisa el destello de aquel día en el que su pequeño abandonó la cuna, el hogar y decidió comenzar un nuevo sueño.
Una lágrima polvorienta corre entre sus marcadas arrugas recordando el día en el que su amor, rubio como el sol, se dirigió al brillante astro dejándola acurrucada entre las sabanas.
Hoy, cansada de batallar pero orgullosa de su arduo combate con la vida, ella decide soltar la mano de su pequeño ya no tan niño, y hacer compañía a su siempre amado esposo.

Hoy, posa su mirada por última vez y sonríe. Así, entre los últimos restos del verano y los primeros suspiros de invierno, ella voló.


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domingo, 28 de septiembre de 2014

Primer saludo. Primer relato.

Hola a todos. Soy nueva en todo esto de los blogs y ni siquiera sé si mucha gente lo leerá. Solo sé que quiero expresar lo que pienso y siento y la mejor forma de hacerlo para mí siempre han sido las palabras escritas. Por ello, voy a inaugurar este blog recién nacido con un relato corto. Espero que quien lo lea se emocione tanto como lo hice yo al darle forma.


UN ÚLTIMO RECUERDO

Recuerdo su sonrisa, sus bucles rojizos y esas pecas alrededor de su nariz que ella tanto odiaba.
Recuerdo cómo me hacía sentir cuando posaba su mirada en mis pupilas.
Nunca la olvidaré..., nunca...

Aquel día soleado de marzo fue tornándose gris conforme llegaba la tormenta, conforme se nublaban sus verdes pupilas.

Hace un mes

-¡Hola Paula!
-Hola Sergio- una gran sonrisa de Paula, cómo me gustaba esa sonrisa-¿sabes que voy a conocerle en persona esta noche?
-vaya, que bien-suena el timbre del inicio de las clases- venga que ya llega el de mates y sabes lo pesadito que puede llegar a ponerse.
Otra maravillosa sonrisa.
Paula era mi amiga desde los seis años, era preciosa, inteligente y muy divertida; ahora tenía diecinueve años y yo llevaba enamorado de ella diez años.
Pero ella llevaba hablándose un mes por el tuenti con un chico llamado Marc, él le decía que la amaba y por lo visto iban a verse esta noche.
¡Cómo odiaba a ese tío aunque no le conocía de nada!

Una semana antes

Paula y Marc eran pareja desde hacía poco tiempo, para Paula yo era su mejor amigo y confidente y por ello conocía bastante bien a ese tipo.
Paula le quería, estaba ciega, al principio creía que eran mis propios celos los que me hacían ver cosas que no eran, pero pronto descubrí que no estaba tan equivocado.

Ayer por la tarde

Paula me llamó, su novio había bebido demasiado y estaba muy raro, ella estaba con gente que no conocía de nada, tenía frío y estaba triste porque tenía problemas con Marc; solo por eso había accedido a ir a ese sitio apartado de todo y de todos.
Me pidió que fuera a recogerla...

Ayer por la tarde mientras yo iba a por Paula

Paula al fin se dió cuenta de que ese tío no le convenía, habló con él, no pudo acabar la frase,
Marc le había propinado el primer puñetazo.
Paula tenía el rimmel corrido, las lágrimas no cesaban como tampoco cesaban los golpes de ese tipo.
Cuando Marc se cansó de golpearla, Paula estaba tirada en el suelo con los ojos cerrados. Era un cobarde. Huyó.

Ahora mismo en el hospital

Paula está muy grave, su familia está en una esquina llorando. Ya han pasado cinco horas, me han tomado declaración, ese imbécil ya está entre rejas. Ahora sólo queda esperar. Esperar otra sonrisa de mi Paula.


En este momento me llama una enfermera

Entro en la habitación, Paula está muy grave. Me acerco a ella, le tomo la mano y no puedo evitar derrumbarme al ver que me regala una débil sonrisa.
Me arrodillo y entre lágrimas le digo que la quiero, por fin me atrevo a decirle que la amo y ella se me escapa de las manos. Ella me dice que me levante, que me acerque.
Me dice que siempre ha tenido muy mal gusto con los chicos y que quiere darme un último recuerdo. Me estremezco al recibir un beso húmedo y tembloroso; ambos estábamos llorando.
Justo antes de cerrar los ojos me sonrió mientras su última lágrima se secaba en la comisura de sus labios y me dice: Yo también te quiero, Sergio.


Cinco años después
Abro los ojos, me llega un leve olor a vainilla, alzo la vista y allí está ella, acariciándome el pelo, regalándome otra de las mágicas sonrisas que lleva dedicándome desde ese día en el que casi muere, en el que casi muero yo junto a ella.

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