y
me aterra que lleguen nuevas lluvias.
Me
aterra que se desborde y me arrastre
y
me ahogue
y
me enrede entre algas y demonios de agua dulce.
Soy
una cobarde.
Asustada
y escondida entre el olor familiar de una manta infantil
y
muñecas viejas, polvorientas
que
ya no saben cómo consolarme,
que
ya las nanas se secaron en sus labios inertes.
No
sé hablar o alzar la voz.
No
sé expresar mis sentimientos
si
no es tras un rastro de tinta.
No
sé reír a carcajadas, sólo a media voz, a medio suspiro.
A
medias siempre.
¿Y
ahora?
Ahora
ojalá pudiera llorar y vomitar dudas y miedos que arañan mi alma
y
se cuelgan de mi garganta.
Ahora
ojalá poder hablar de manera clara, sin tapujos ni rodeos,
sin
dobles sentidos que cortan y laceran.
Y
si ésto es un grito de ayuda silenciado que así sea,
pero
¡ah! ¡qué caprichosa sonaría!
No
quiero compasión ni pena.
No
quiero migajas.
En
realidad todo se reduce a mi falta de valentía,
a
mi falta de seguridad.
A
dar un paso adelante, y dos hacia atrás.
A
evitar los saltos de fe porque nunca creí en milagros.
Para
mí el agua nunca se tornará vino.
En
realidad todo se resume en que aquí y ahora,
esta
noche...
Esta
noche solo quiero llorar hasta inundarme los pulmones,
hasta
desnudar mi alma.
Llorar
hasta borrarme la tristeza de los ojos.