Fuimos una
nana a destiempo,
perdidos
entre relojes de cuco a deshora.
Nunca en
sincronía, siguiendo ritmo de caos.
La melodía
desafinada que resuena sin final.
Las palabras
no dichas y demasiado pensadas, demasiado silenciadas,
cansadas de
ser contaminadas en manos de ceniza.
Fuimos
fotografía en blanco y negro, malditas por la bruja melancolía,
por diablos
de lodazal.
Fuimos algo
mal, incorrecto, pecado reincidente.
Fuimos todo
lo blanco y puro, paloma de paz y tierra fértil.
Fuimos noche
cerrada, humo y anonimato.
Fuimos lucero
y viento del norte, tan sereno, aliento y nieve.
Nunca debimos
mirarnos, besarnos.
Nunca debí
deshacer mi alma entre tus dedos.
Nunca debiste
enredar tus sueños en mi cabello.
Y es que hay
laberintos de los que no deseo huir, donde quisiera cortar el hilo y brindar
con Lucifer por una guerra sin sentido.
Hay poemas
corrompidos, que queman y cortan, arañan
y muerden, y yo me dejaría matar por cada palabra dicha por tus labios de sal.
Ven sin
acercarte, ámame sin tocarme, háblame en silencio, sin enredar tus piernas en
mi sábana, que aún es blanca, aún piensa que el alba borra lo sucedido a
medianoche.
Nunca debí
dar contigo, nunca debiste desvestirte en mi cuarto.
Ahora solo
queda agua estancada y rescoldos fríos, canciones sin sentimiento, miel amarga.
Y quedamos tú
y yo.
Quedamos
maldiciendo la definición de cordura, a ti, a mí, esta casa, este poema, el
momento en el que mordimos la manzana.
Quedamos tú y
yo en esta calma tortuosa de guerrero caído.
Nunca debimos,
pero fuimos,
y pese a que
las alas nos pesan,
a que tenemos
la piel deshilachada y la boca seca.
Pese a ello,
como siempre, aquí nos quedamos.
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