¿Acaso
nadie puede oírme?
La
realidad es una trampa mortal que va envolviendo y cada vez asfixia
un poco más. Más. Más. Y ya no puedes respirar.
¿Acaso
todos están ciegos?
¿Quieren
que le grite a Dios? ¿A qué Dios?
Los
días se suceden monótonos y el maldito reloj acuchilla mis oídos.
Y me duele el pecho. Y me muerdo el labio.
¿Acaso
esto es todo?
¿Caminar
por inercia y sentir por rutina?
Me
enfado y grito. Y gritaré. Y seguiré gritando aún más, porque me
niego a creer que mi mundo gira al mismo ritmo que el del resto.
¿Alguien
dispuesto a oír mi verdad? ¿Alguien lo suficientemente valiente o
necio para saltar el muro de contención?
Quieren
que hagamos de la venda que nos cubre los ojos nuestro nombre.
Quieren que abracemos el alambre de espino. ¿Y si lo corto? ¿Y si
alzo el puño? ¿Y si...?
Río
sola, y un sabor amargo me corta la garganta.
Sueño
sola, y las pesadillas martillean mis sienes.
Vivo
sola, y un millón de voces apagadas hacen mi paso arrítmico.
Esperan
mi caída.
Esperan.
Esperan.
Pero
no saben lo que yo sé:
que
seguirán esperando para siempre, porque yo ya no camino.
He
aprendido a volar.