No
puedo siquiera llegar a discernir cómo el travieso destino te puso
en mi camino.
A
veces tan distante.
Muy
lejos de mí,
a
miles de kilómetros estando tan cerca,
tanto
que siento tu aliento en mi cuello.
A
veces tan suave.
Con
manos curiosas, de fuego y cristal que queman y arañan.
Mirando
el azul.
Con
faroles prendidos en la nada.
Brillando,
errantes, perdidas desde hace milenios.
Me
recuerdan a mí,
sin
rumbo,
ahogándome
en gotas de agua salada.
Agua
de mar que rueda desde mis ojos hasta mi boca.
Solo
agarrando el poste que para mí significas.
Un
pequeño punto de partida y de final en medio de la nada.
Un
pilar que adoro y que odio necesitar.
Un
monte que sostiene mi mundo y lo mantiene arraigado a la monótona
realidad.
Por
qué será que mi corazón se empequeñece cuando no me miras,
cuando
te giras en la dirección del viento y hay veces en las que,
si
la brisa, maldita vagabunda,
sopla
hacia mí, me ves; ahí es cuando me ves tal y como soy.
En
cambio, si la ráfaga de aire, juguetona y cruel, sopla hacia otro
mundo, huyes hacia allí.
Hacia
ese mundo al que, por más que lo intento , nunca consigo llegar.
Siempre
se escurre entre mis dedos húmedos. Fríos, ausentes. Perdidos.
Por
qué será que soy incapaz de mantener la cabeza alta.
La
mirada fija.
Las
mejillas secas.
Por
qué será que odio que mi mundo se derrumbe cuando tu voz no resuena
en él como un vetusto eco.
Por
qué será que yo di un paso a la derecha y tú a la izquierda.
Por
qué será que chocamos en el cruce.
No
entiendo la razón por la que yo no soy capaz de continuar y tú eres
incapaz de dar un paso atrás.
Atrapados
en ese cruce, el uno perdido en los ojos del otro.
Por
qué será que sonríes, coges mi mano y yo ni siquiera sé si alguna
vez querré escapar de esta intersección.
De
ti
No hay comentarios:
Publicar un comentario