Capítulo 106
Fuera del Castillo del Rey de
Pryon
Cientos de aralios descienden en
picado con sus mochilas voladoras. Lanzan flechas y pequeñas bombas.
Derraman gases abrasivos, lacrimógenos o asfixiantes; incluso
algunos que paralizan el sistema nervioso durante unas horas. No son
solo los soldados, también los propios ciudadanos de Arala. Tras
atacar en pequeños grupos pillando desprevenidos a los guardias que
controlan los niveles del pueblo llano y de la nobleza de Pryon,
huyen hacia el cielo siendo totalmente inaccesibles. Si el Rey
contaba con usar a sus súbditos como carne de cañón, ya no podría.
La estrategia de la Reina consistía en dejar inservibles sus
reservas de “escudos humanos”. Así, cuando los que no hayan
resultado heridos huyeran despavoridos. Ella misma bajaría hacia el
Castillo comandando al verdadero ejército aralio. Se sentía mal por
los pryoranos, aunque sabía que la mayoría no morirían. Todas las
armas que estaban siendo usadas estaban destinadas a causar heridas,
no a provocar un genocidio. Lo único que busca es infundir más
miedo en aquellos esclavos sumisos que su monarca y que salieran
despavoridos de La Capital. Solo quiere acabar con el Rey déspota y
su hijo, digno heredero de su padre en cuanto a crueldad se refiere.
El caos comienza a ser palpable.
La gente chilla y corre y tropieza y llora. Un ruido atronador y una
enorme nube de polvo se alza desde el suelo de Pryon. Algunos
incendios aislados aparecen en ambos niveles como resultado de las
bombas. De repente, una enorme explosión ensordece el resto de
sonidos. Un explosivo aralio ha caído en un almacén donde el Rey
guarda muchas de sus armas. Así, una reacción en cadena comienza
segando las vidas de todo aquel ser viviente que alcanza, ya sea
pryorano o aralio.
Una avalancha humana causada por
el pánico generalizado se agolpa contra las murallas exteriores de
La Capital. Gritan y, por primera vez en décadas de sumisión,
exigen ponerse a salvo y luchan por sus vidas. Lástima que hayan
tenido que morir sus amigos, vecinos y familiares para despertar ese
instinto en los supervivientes. Lanzan piedras a los que custodian
las murallas para que abran las puertas. Esa masa de piernas, brazos
y alaridos se agolpa haciendo que sea difícil respirar. Parecen
ganado.
La Reina aralia observa todo en
una especie de nave aérea y araña los cristales.
-¡Abrid las puertas!
¡Maldita sea abrid las puertas o esa gente va a morir aplastada!-
grita impotente. Los pryoranos ni se daban cuenta de que tras las
grandes explosiones que habían causado enormes cráteres en el suelo
asesinando a centenas de desgraciados, los aralios habían dejado de
atacar y se dedicaban a recoger los cadáveres de sus compañeros (o
lo que quedaba de ellos).
Entonces, la Reina envía a
varios soldados a las murallas para que abran las puertas. Éstos,
obedientes, se ponen sus mochilas y reducen a los guardias. Ya
estaban asustados y paralizados. Con un par de golpes se quedan
inconscientes. Los aralios abren las puertas y, en un espectáculo
aterrador, los habitantes de La Capital huyen pisándose unos a
otros, arrollando al ejército pryorano. Tras unos minutos de
estampida. Entre el polvo, el humo y las cenizas, se ven cadáveres
aplastados y asfixiados junto a las puertas. Tan cerca de la libertad
pero... Un sollozo casca la voz de la Reina y golpea el suelo de su
refugio. Ve la victoria más cerca, pues de un golpe ha eliminado las
peores armas y ha ahuyentado a las “reservas humanas” del Rey,
pero a qué precio.
Capítulo 107
Mientras una guerra se libra
fuera del Castillo, dentro del mismo, el Rey
-¿¡QUE SUCEDE!? Ésto no
debía pasar así. Maldita escoria humana, huyen como perros
apaleados. Sin ellos mi plan... Los mataré. Si no mueren los mataré
a todos. Parece que debí de haberlos asustado más. Asquerosos
bastardos están traicionando a su Rey. ¡ARQUERO!
-Majestad.- responde éste
apareciendo de la nada.
-Prepara al ejército. Diles
que la prioridad es mantenerme con vida y que el Castillo no caiga.
Luego ve y acaba con esos cerdos aralios.
-¿Y el príncipe Drake?
-Que venga. Si se niega,
lloraré su muerte. ¡Ahora muévete!
En ese momento, Flair y Drake
Los golpes de espada han roto
las ataduras de Flair.
-Bien, bastardo, es hora de
que demuestres con hechos lo que dices con palabras. Te reto.
Entonces, Drake le lanza al
joven una pequeña espada de madera mohosa.
-¡Eso no es justo! ¡¿Tú
vas a luchar con acero y él con ese juguete?!
-La vida no es justa,
estúpida princesa. Ahora cierra ese agujero que tienes por boca.
-No te preocupes, Rothian.
La voz tensa de Flair hace
callar a la princesa, que durante unos segundos olvida su rencor
hacia el joven y un sentimiento de angustia se queda colgado en su
pecho.
Comienzan a luchar. La princesa
odia admitirlo pero Drake es realmente bueno y el talento de Flair es
su ballesta. Puede que pierda ante ese malvado. Eso le asquea. Flair
recibe varios golpes y cortes mientras que el príncipe se mueve sin
problemas y esquiva con agilidad las torpes estocadas de su
adversario. El joven está en problemas y es consciente de ello.
Puede que de pequeños, fuera Flair el más habilidoso, pero eso
quedó en el pasado. Drake, con un giro de muñeca, rompe la endeble
espada de Flair, que salta hacia atrás para evitar un ataque que
podría ser mortal. Mientras el príncipe ríe triunfador, su
oponente se ve relegado a corretear por la sala malgastando sus
energías en conservar sus extremidades unidas a su cuerpo. Rothian
los sigue con la mirada, apretando los puños y desollándose las
muñecas debido a la fricción entre las ataduras y su piel. Intenta
liberarse. Quiere ser libre para quitarse la máscara y acabar con
ese príncipe pedante e insoportable. Le gustaría salvar a Flair. Si
alguien ha de matarlo, ésa debe ser ella, no Drake. Ese juego en el
que Flair simplemente escapa por los pelos del afilado filo metálico
no puede durar para siempre.
La espada del príncipe pasa
demasiado cerca y, aunque Flair la esquiva, tropieza y cae
golpeándose en la cabeza. La sangre comienza a manar de esa herida y
Flair se marea levemente a la par que las náuseas estrangulan su
esófago. Drake se acerca con una sonrisa deforme cuando, de repente,
una enorme explosión se hace dueña del mundo. El suelo tiembla
levemente. Seguidamente, una serie de ruidos similares al primero
hacen que la pelea entre los jóvenes se detenga momentáneamente.
-¿Qué sucede?- se pregunta
Drake desviando un momento su atención de Flair.
Éste, aprovechando la falta de
concentración de su rival, lo embiste con todas sus fuerzas haciendo
que caiga de espaldas. Flair le arrebata la espada y la lanza lejos.
Así, comienza a asestar poderosos puñetazos contra la mandíbula
del príncipe. Cuando lo ve mareado, le envuelve el cuello con las
manos y aprieta. Con más y más fuerza. Quiere asfixiarlo o partirle
el cuello. Le da igual, solo quiere que Drake muera por todo lo que
le han hecho a él y a su hermana desde niños. Por todo lo que le ha
hecho a Rothian (pese a que lo de la princesa también es su culpa).
La herida de su cabeza hace que
a Flair se le nuble la vista pero, a pesar de eso, todavía puede ver
los ojos inyectados en sangre de Drake, la piel rojiza, con las venas
de las sienes a punto de reventarle, las manos arañándole los
brazos y la cara intentando por todos los medios librarse de esa
presa que lo estrangula. El príncipe articula una palabra, una
última palabra; el nombre de su verdugo: Flair Maldow.
Capítulo 108
Durante el ataque, Jake,
Ishtral y Neldrey.
Ishtral se encuentra inmóvil
tras la última paliza recibida. Jake yace prácticamente inerte tras
los latigazos recibidos y Neldrey... Ella está desnuda y temblando.
Con sus hermosos ojos verdes nublados y turbios. Los labios
agrietados y el pelo enmarañado y sudado. El último guardia se está
subiendo los pantalones justo cuando un chaval, un joven soldado de
no más de diecisiete años entra de golpe.
-¿Pero qué? ¿Qué
quieres?- pregunta el guardia que torturó a Jake.
-El Arquero dice que nos
preparemos. Que vayamos todos a los jardines que rodean el Castillo
para recibir órdenes. Los aralios han atacado por sorpresa y los
súbditos de Su Alteza han huido. Solo quedamos nosotros para
defenderlo a él y a este lugar.
-Enseguida vamos. ¿Te ha
dicho el arquero qué hacemos con éstos?
-Eliminarlos.
Al decir eso, el joven sale
corriendo hacia los jardines, como se le ha ordenado.
El soldado que ha golpeado a
Ishtral toma la palabra.
-Id vosotros. Yo me cargo a
éstos y voy.
-¿Seguro?
-Vamos hombre. Los dos
aralios medio muertos y la puta embobada, ¿qué me van a hacer?
El resto de soldados ríen y se
alejan no sin antes pellizcarle los pechos o las nalgas a la chica,
cuya voluntad parece haber sido eliminada por completo.
Neldrey se acurruca en un rincón
temblando y masajeándose los numerosos moratones causados por
aquellos salvajes mientras observa, sin hacer nada, cómo el soldado
saca una pistola y la carga. Ella se balancea y gime muy bajito,
resultando inaudible. Entonces ve cómo apunta su arma a la sien de
Jake, que está inconsciente e indefenso.
Gime un poquito más alto y
recuerda una conversación que tuvo con la madame:
-Siempre supe que eras un
rayo de luz, pequeña. La pregunta es, ¿podrás resistir en este
pozo oscuro?
-Sí.
Entonces, con toda la ira, y la
furia, y el rencor acumulado tras varias violaciones seguidas frente
a los ojos de aquel a quien ama, se lanza como un animal salvaje a la
espalda del soldado, desviando el tiro que estaba destinado a acabar
con la vida de Jake.
-¡¿Qué?! ¡Suéltame
zorra!
Pero Neldrey no habla. Solo le
araña las manos y le muerde la cara. Se agarra a él y consigue
tumbarlo al suelo. No obstante y pese a la gran fuerza que le da la
adrenalina, pronto se ve reducida por el guardia y grita y gruñe.
-Eres como una gata, ¿eh?
¿Quieres que vuelva a bajarme los pantalones y te enseñe modales,
rubia?- dice lascivo.
Neldrey grita y suena un
disparo. El cuerpo sin vida del soldado cae sobre ella, que se aparta
asqueada. Luego, se gira dispuesta a luchar contra quien fuera pero
al verle sabe que no tendrá que luchar. Quien la ha salvado es Nash,
el líder de la aldea de los bastardos.
-Dios mío, ¿qué os han
hecho?- susurra.
Neldrey, desnuda y aterrada, se
deja caer y llora. Llora como lo haría una niña asustada de la
oscuridad o un cachorrito al que han maltratado. Llora como no lo
había hecho desde que su madre murió.
Capítulo 109
Rothian y Flair
Flair, con un riachuelo de
sangre en la cabeza que le hacía sentir mareado y con ganas de
vomitar, se aparta del cadáver del príncipe y desata a Rothian,
tambaleándose.
Ella está bien. Solo tiene
cortes superficiales en las piernas. Mucho peor es la herida del
chico. Es más seria de lo que aparenta. Antes de que Rothian pueda
preguntarle al chico cómo se encuentra y de decirle que aunque la
haya salvado eso no hará que lo perdone, Flair se deja caer sobre
ella haciendo que ambos toquen el suelo.
-Flair... ¿Qué sucede? No
me digas que vas a morirte... Pues no te lo permito. Soy yo quien va
a acabar contigo, no una estúpida herida en la cabeza, ¿me oyes?
Él, apoyado sobre el regazo de
ella alza su mano temblorosa y le quita la máscara. Al verle la
cara, unos escalofríos comienzan a recorrer su cuerpo y, aunque
Rothian quiere frenar ese efecto, no puede, porque en su interior
sigue dolida por la traición del joven. Por ello quiere volver a
ponerse la máscara, pero él la aleja un poco más.
-Mi princesa cabezota y
cruel...
-Déjate de tonterías Flair,
no me mires a la cara y dame la máscara.
-Eras tú quien quería
matarme.
-Sí, pero ahora no. Maldita
sea imbécil, no hagas tonterías.
-Ojalá algún día puedas
perdonarme, lo hice porque...
-Sí, lo sé- dice ella
intentando arrebatarle la máscara sin éxito. No quería hacer
movimientos bruscos ya que la cabeza de Flair estaba apoyada en sus
muslos y ya estaba malherido.
-Te quiero, Rothian.
Silencio. Por un momento la
princesa se olvidó de la máscara y centró su cara deforme en los
ojos llorosos y nublados del chico.
-No debiste traicionarme.
-Lo sé, y lo siento. Debí
haber hecho caso a Neldrey cuando me pidió que abandonara y que os
ayudara en serio pero...
-Pero eres así de estúpido.
-Tú lo has dicho.
-Cuando todo acabe ya
hablamos de todo ésto, ¿vale?
Él sonríe y acaricia la áspera
piel de Rothian y siente un leve relámpago de dolor en sus sienes,
pero ninguno se aparta.
-Te quiero. En eso no mentí.
-Lo sé.
-Eres preciosa.
Unas lágrimas furtivas huyen de
los ojos de la princesa y ella lo odia porque sabe que ya no está
enfadada con él, que lo ha perdonado y que lo ama más que antes si
eso es posible.
-Ahora, princesa llorona,
acércate.
Ella obedece y unen sus labios.
El beso más dulce de todos. El más hermoso y verdadero, digno de un
cuento de hadas. Efímero y, a la vez, eterno. Y es tan único, tan
especial, porque cuando se apartan, Rothian sabe que Flair no volverá
a abrir los ojos. Sabe que se ha ido para siempre. Ella acaricia la
boca y las mejillas del joven, y lo acuna entre sus brazos.
De repente, la puerta se abre y
unos ojillos ávidos e inteligentes se posan en ellos.
-Kitz... -dice la chica-
¿Qué...?
-Supongo que la caballería
ha llegado tarde, ¿no?- dice señalando con la barbilla el cuerpo
inerte de Flair. La princesa no contesta.
-Rothian, debías de amarle
mucho, ¿no?
-Sí.
-Y él a ti, ¿no?
-Sí.
-Tócate la cara.
-Déjame en paz. Estaba a
punto de morir pero se podría haber salvado si no nos hubiéramos
besado. Yo lo he matado.
-Rothian...
-Todo ha sido mi culpa, si no
hubiera dejado que me besara seguiría vivo.
-Rothian.
-Por todos los dioses, Kitz,
¡¿qué?!
-Que te estoy mirando sin
máscara y no me pasa nada. Tócate la cara.
Ella, sin saber qué sucede, se
roza la mejilla izquierda y comienza a llorar. Su piel agrietada y
muerta ha vuelto a su estado original. Vuelve a ser la hermosa
princesa de pecas azules y, desconsolada, abraza a Flair. No sabe
cómo, pero él la ha curado.
-Es hora de luchar, Princesa.
-Pero Flair...
-Deja su cuerpo aquí.
Créeme, cuando todo acabe volveremos. Ahora debemos movernos.
Ella asiente pero justo antes de
salir de esa sala se gira, recoge la máscara y se la pone. Kitz la
mira curioso a lo que Rothian responde.
-Flair fue el único que me
dijo que era hermosa cuando parecía un monstruo descarnado. No
quiero que nadie que no sea él vea mi cara. Nunca más.
Sin más dilación, ambos corren
por los estrechos pasillos de piedra de las mazmorras del Castillo.
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