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jueves, 21 de abril de 2016

Aprender a volar

¿Acaso nadie puede oírme?
¿Nadie capaz de volver su cabeza en un mundo donde no hay más camino que seguir adelante?
La realidad es una trampa mortal que va envolviendo y cada vez asfixia un poco más. Más. Más. Y ya no puedes respirar.
¿Acaso todos están ciegos?
¿Quieren que le grite a Dios? ¿A qué Dios?
Los días se suceden monótonos y el maldito reloj acuchilla mis oídos. Y me duele el pecho. Y me muerdo el labio.
¿Acaso esto es todo?
¿Caminar por inercia y sentir por rutina?
Me enfado y grito. Y gritaré. Y seguiré gritando aún más, porque me niego a creer que mi mundo gira al mismo ritmo que el del resto.
¿Alguien dispuesto a oír mi verdad? ¿Alguien lo suficientemente valiente o necio para saltar el muro de contención?
Quieren que hagamos de la venda que nos cubre los ojos nuestro nombre. Quieren que abracemos el alambre de espino. ¿Y si lo corto? ¿Y si alzo el puño? ¿Y si...?
Río sola, y un sabor amargo me corta la garganta.
Sueño sola, y las pesadillas martillean mis sienes.
Vivo sola, y un millón de voces apagadas hacen mi paso arrítmico.
Esperan mi caída.
Esperan.
Esperan.
Pero no saben lo que yo sé:
que seguirán esperando para siempre, porque yo ya no camino.
He aprendido a volar.


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sábado, 19 de diciembre de 2015

El invierno del Alma


Como niños jugaron.
Tiraban piedras al lago para dibujar ondas en el agua.
Se perseguían en una carrera frenética.
Compartían risas y bromas y juguetes.
Porque ya, como niños, se enamoraron.
Las primaveras volaron dejando el aroma de sus flores en los labios de ella, la fuerza del viento en el cabello salvaje de él.
El reloj bailó con ellos en un incesante correr del tiempo.
Ya no son niños.
Como adolescentes se amaron.
Él sonreía al verla caminar.
Y ella, consciente, entornaba sus ojos color de miel.
Ella leía poesía de Bécquer, de Neruda, y abrazaba las páginas amarillentas porque era como abrazarlo a él.
Él escuchaba música y su melodía era ella; el lamento del saxofón eran sus lágrimas y la voz de la guitarra, su cálida risa.
Juntos, en primavera, se tomaron de las manos.
El verano, con su brisa estival, aleteó entre ellos y se besaron.
Con los primeros asomos del otoño, abrazados por el frescor de finales de septiembre, se sentaron bajo un árbol.
Como adolescentes se amaron,
y dejaron constancia de ello en el tronco de aquel anciano árbol, cuyas hojas danzaron alrededor de ellos, alegres de custodiar el amor puro de los jóvenes.
Pasaron los días, meses, años.
El invierno del alma amenaza con abalanzarse.
Es hora de hacer las maletas y partir.
Ella debe volar, extender sus alas y probar nuevos horizontes.
Las raíces de él son demasiado profundas, es incapaz de moverse.
Ella no puede quedarse.
Él no puede irse.
Corazón desgarrado y lloroso.
Como hombre y mujer su amor sufre.
Él grita.
Ella llora, y no reconoce en él al dulce joven que, tímido, la besó en el verano de hace tantos años.
-¿Acaso ya no me amas?- quiere saber él, desesperado y furibundo.
-Claro que sí, pero mi corazón no pertenece a este lugar. ¿Dices amarme? Entonces déjame marchar sin pena.
-¿Acaso crees que no sufriré? ¿O ya olvidaste mi nombre?
-Claro que no, pero no podrías amar a una mujer infeliz, ni yo tampoco podría amar a aquel que la hizo infeliz.
-¿Acaso piensas que puedes vivir sin mi? Me necesitas.
-No. Necesito vivir, y si no lo comprendes, nada más puedo hacer.
-Eres mía, mi muñeca de cristal, mi ángel de amor. Eres mía y solo mía.
-No, no lo soy. No pertenezco a tus manos, sino al viento, y al mar, y al sol mortecino de febrero. Pertenezco a la libertad.
-¿Libertad? ¿Acaso ella calentará tu cama? No seas ilusa. Tu lugar esta aquí. Tu vida está enlazada a la mía.
-No. No quieras atarme, ni oprimirme, ni secuestrar mi sonrisa. No.
-Si te marchas ahora, si me abandonas sin piedad, moriré. ¿Para qué quiero esta vida mísera sin ti?
-Si me quedo, me consumiré encerrada. Un pájaro sin alas. Un lobo en cautividad.
-No, no te lo permitiré. No te dejaré huir de mi lado.
-No puedes evitarlo.
Ella, enfrentando la luz de su nueva vida, le da la espalda al pasado y se muerde el labio para no llorar por lo que deja.
Él, confuso, triste, ebrio de ira y loco de amor viciado, toma el cuchillo que acabará con ambos.
Él alza el arma de dolor y golpea.
Carne desgarrada y sangre en el suelo.
Los ojos de ella se nublan y sus sueños de oro y perlas se borran en segundos.
Él, envuelto en terciopelo carmesí, tiembla y su voz se rompe.
El invierno del alma llegó.
Sacudió los cimientos de su mundo.
Arrancó la inocencia infantil.
Mató al amor.
El invierno del alma, como una bestia cruel, seca el árbol.
Los nombres grabados en su corteza se pudren.
Aquel testigo mudo de amor, ahora testigo destrozado de muerte.
El invierno del alma llegó y, como hombre y mujer, ellos callaron para siempre.

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lunes, 12 de octubre de 2015

Noches sin luna

Noches sin luna.
Como capas negras ondeando en la nada.
Como caballeros tenebrosos perdidos entre la bruma.
Estrellas borradas.
Son libros sin título ni autor.
Son lágrimas cansadas de llorar.
El viento barriendo mi alma,
trayendo susurros de tierras lejanas.
La brisa jugando a ser diosa.
Bailando entre mis cabellos que se doblegan como juncos en el río.
Y la quietud.
La calma que precede a la tormenta.
El silencio abrumador.
La perfecta desolación.
Noches sin luna, corazones sin dueño.
¿Es acaso la soledad un deseado frenesí?
¿Una efervescente felicidad que burbujea bajo la piel?
Quizá sólo sea un burdo sueño, una extraña fantasía engendrada por un escritor frustrado.
Quizá sea tan complejo como un ángel infernal.
Quizá sea tan simple como una margarita mustia, lánguida y triste...
Noches sin luna.
Como capas negras ondeando en la nada.
Como caballeros tenebrosos perdidos entre la bruma.


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domingo, 20 de septiembre de 2015

Morir por amor

Morir por amor.
Una tragedia clásica bañada en tinta rancia.
Una pasión olvidada, carente de realidad.
Qué egoísta podría parecer.
Qué alocada manera de amar, de morir, de huir.
Morir por amor.
Desangrarse por unos labios.
Ahogarse por una mirada.
Una muerte empapada de estilo pero falta de sentido.
Un dolor irreal y, aún así, poderoso.
Una soga al cuello que no parece aflojarse.
Morir por amor.
Amar para morir.
Quizá un sueño eterno que, como un drama de Shakespeare, nos haga amar el amor.
Quizá morir por amor sea la prueba de fuego, que arde con tanta fuerza, que consume la vida propia.
Y el alma.
Y al ser amado.


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lunes, 31 de agosto de 2015

Juro solemnemente

Hablemos del sentimiento de sentirse completa.
Sin miedo a la luz ni al verano.
Hablemos de mil cosas sin decirnos nada.
Juguemos a perdernos y encontrarnos.
Tiremos el gris y el negro y el blanco.
Ya no más llorar ni torturarnos con música de violín.
Ya pasó la temporada de flores secas y lágrimas.
Prometamos caernos y levantarnos de la mano.
Mancharnos la cara de barro y perder de vista el norte por un segundo.
Ambos sabemos que los labios solo deben agrietarse de tanto reírnos.
Que nuestras manos solo deben encallecerse de aferrarnos a nuestro mañana.
Pintemos el cielo nocturno de Van Gogh; vivo, palpitante.
Retemos a Matisse a contrastar colores imposibles.
Tentemos a Dalí a imaginar un mundo paralelo, que roce el absurdo.
Bailemos entre relámpagos y cantemos con los ruiseñores...
Y, ante todo, juro solemnemente nunca destensar la cuerda que nos une.
Nunca morir en vida, nunca perderme en el bosque.
Juro solemnemente alzar la vista y señalar las estrellas hasta que nuestros nombres brillen entre ellas.


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lunes, 24 de agosto de 2015

Alzheimer

La mirada perdida en un pasado olvidado.
Una sonrisa petrificada en los labios ancianos.
Las arrugas que surcan su piel, como las vetas de un árbol milenario, cuentan cientos de historias.
Recuerdos que no acepta como suyos.
Personas que de noche adora y de día rechaza.
Su mente, errática y descontrolada, juega a esconder una vida plena en una nebulosa de confusión.

Las manos grandes y firmes, hoy reducidas a hojas secas.
Sus piernas, eternas columnas de mármol, hoy arenas movedizas.
Un destello sagaz vibra momentáneamente en sus pupilas.
Una avalancha de emociones se agolpa en sus párpados.
Y llora. Y nombra a su hijo, y a su nieta.
Y toma de las manos a su mujer, mientras la besa.
El ocaso vuelve a llegar, preludio del oscuro olvido.
Y en su cabeza sólo se oye un eco lejano, que no reconoce, que no le interesa.
Y alguien le habla. ¿Quién? ¿Conoce a esa mujer de ojos llorosos?
Quizá sí, quizá no.
Quizá mañana, durante un minuto, vuelva a besarla como si nunca más fuera a olvidarla.

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miércoles, 19 de agosto de 2015

La huida del lobo



Avanzó sin mirar atrás.
Corrió bajo la luna llena, testigo ausente de su escapada.
Lloró de amargura abrazado a su perfume de rosas negras.
Quizá un día alguien recuerde sus ojos grises, como los de un lobo salvaje, y piensen en él.
Quizá en un futuro ella extrañe el roce áspero de sus dedos contra su piel.
Quizá mañana el aire traiga, en un cruel eco lejano, el susurro de su nombre.
Quizá un sueño vago sobre sus labios vuelva a ella como un puñal afilado, frío e indiferente.
Pero él no regresará.
Decidió borrar sus huellas en la nieve.
Cortó los hilos, las rejas.
Derribó puertas y cristales.
Ahora su pelo negro baila al son de la marea.
Libre como ella. Poderoso como ella.
Él se perdió a sí mismo y su alma se rebeló.
Ahora, arropado por su ansiada soledad, su pecho late de nuevo.


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