Sin
miedo a la luz ni al verano.
Hablemos
de mil cosas sin decirnos nada.
Juguemos
a perdernos y encontrarnos.
Tiremos
el gris y el negro y el blanco.
Ya
no más llorar ni torturarnos con música de violín.
Ya
pasó la temporada de flores secas y lágrimas.
Prometamos
caernos y levantarnos de la mano.
Mancharnos
la cara de barro y perder de vista el norte por un segundo.
Ambos
sabemos que los labios solo deben agrietarse de tanto reírnos.
Que
nuestras manos solo deben encallecerse de aferrarnos a nuestro
mañana.
Pintemos
el cielo nocturno de Van Gogh; vivo, palpitante.
Retemos
a Matisse a contrastar colores imposibles.
Tentemos
a Dalí a imaginar un mundo paralelo, que roce el absurdo.
Bailemos
entre relámpagos y cantemos con los ruiseñores...
Y,
ante todo, juro solemnemente nunca destensar la cuerda que nos une.
Nunca
morir en vida, nunca perderme en el bosque.
Juro
solemnemente alzar la vista y señalar las estrellas hasta que
nuestros nombres brillen entre ellas.
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