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jueves, 21 de abril de 2016

Aprender a volar

¿Acaso nadie puede oírme?
¿Nadie capaz de volver su cabeza en un mundo donde no hay más camino que seguir adelante?
La realidad es una trampa mortal que va envolviendo y cada vez asfixia un poco más. Más. Más. Y ya no puedes respirar.
¿Acaso todos están ciegos?
¿Quieren que le grite a Dios? ¿A qué Dios?
Los días se suceden monótonos y el maldito reloj acuchilla mis oídos. Y me duele el pecho. Y me muerdo el labio.
¿Acaso esto es todo?
¿Caminar por inercia y sentir por rutina?
Me enfado y grito. Y gritaré. Y seguiré gritando aún más, porque me niego a creer que mi mundo gira al mismo ritmo que el del resto.
¿Alguien dispuesto a oír mi verdad? ¿Alguien lo suficientemente valiente o necio para saltar el muro de contención?
Quieren que hagamos de la venda que nos cubre los ojos nuestro nombre. Quieren que abracemos el alambre de espino. ¿Y si lo corto? ¿Y si alzo el puño? ¿Y si...?
Río sola, y un sabor amargo me corta la garganta.
Sueño sola, y las pesadillas martillean mis sienes.
Vivo sola, y un millón de voces apagadas hacen mi paso arrítmico.
Esperan mi caída.
Esperan.
Esperan.
Pero no saben lo que yo sé:
que seguirán esperando para siempre, porque yo ya no camino.
He aprendido a volar.


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