Ser
noche y amanecer.
Encontrar
Nunca Jamás girando en la segunda estrella a la derecha.
¿No
sentís que os espera algo grande?
Algo
que os inunda y a veces os asfixia y os aterra.
Algo
bello y atroz y único: vuestra verdadera naturaleza.
¿No
hay momentos en los que os sentís trasladados al París de la Belle
Époque?
O
recorriendo las calles de Viena, o en Nueva York en los felices años
veinte.
Bebiendo
licor con Hemingway, discutiendo sobre arte con Dalí, hablando sobre
“el perro andaluz” con Buñuel.
¿No
hay veces que os sentís fuera de lugar y de momento?
Hijos
de una generación perdida donde los sueños se coloreaban en sepia y
el jazz lloraba cuando el sol salía.
Niños
perdidos, atrapados en un tiempo que no llega; o que ya pasó, tan
rápido como un suspiro.
Ebrios
de música clásica y de un piano que se lamenta.
Embriagados
por la noche estrellada tal y como la veía Van Gogh.
¿No
hay días en los que pensáis que sois más?
Que
ese amasijo de carne y huesos no es más que un disfraz aburrido tras
el que se esconde... qué se yo, un poeta borracho de amor, un
flautista camino de Hamelín, el asesino de una novela de Agatha
Christie, un impresionista francés heredero de Monet o el misterio
que se esconde tras una sonata que resuena en aquel claro en noches
de luna llena.
¿Creéis
que ésto es todo? ¿Que el sol se levanta tal y como se acuesta?
¿Creéis en las leyendas?
¿En
el hombre del saco o el monstruo de debajo de la cama?
Yo
quiero creer, quiero seguir el camino de baldosas amarillas y
exigirle al mago de Oz que pinte las rosas blancas de rojo, y que el
cielo sea violeta, y que las nubes brillen, brillen, brillen como el
sol.
Y
que cuando despierte, porque despertaré, y pise los adoquines del
mundo real, no me deje olvidarle.
Que
no me deje olvidarme.
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