Hora
de dejar que las heridas se cierren, cicatricen, se esfumen.
Hora
de decir adiós, de cerrar los ojos, de liberar la última lágrima.
Me
tiemblan las manos.
Mi
pecho se desgarra y late desacompasado.
Los
párpados amarran un sollozo que desea huir.
Es
hora de cerrar el libro.
Pero
lo atesoraré.
Lo
haré porque fue esa canción la que me dio fuerzas,
fue
ese sueño el que me mantuvo al pie del cañón.
Fue
ese ángel el que cantó canciones de cuna cada maldita noche de
insomnio.
Fueron
esas palabras las que me besaron los labios cada amanecer.
Es
hora de acabar el poema.
Pero
también de comenzar un nuevo capítulo.
A
veces los caminos se cruzan y te sientes perdido, observado,
criticado y apaleado hasta morir.
A
veces parece que nada mereció la pena.
Todo
el esfuerzo, el dolor, las lágrimas derramadas y el café de
madrugada.
Pero
sí que lo hizo.
Sí
que valió la pena.
Gracias
a cada caída soy quien soy.
Soy
lo suficientemente fuerte como para dejar marchar mi infancia,
para
derrumbar mi precioso castillo de fantasía y construir una nueva
fortaleza de ladrillo y oro.
Es
la hora, ¿verdad?
Se
acabó, ¿verdad?
Sí.
Es el final.
Pero
lo que pocos saben, lo que pocos aprecian de los finales, es que
gracias a ellos tenemos un nuevo principio.
Y,
¿quién sabe?
Quizás
éste sea mi principio.
Pues a mi sí me gusta.
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