Capítulo 6
Los primeros rayos del sol se
cuelan entre las rasgadas cortinas que cubren la ventana de mi
casucha. Pete sigue dormido plácidamente. Es muy temprano, calculo
que las cinco y media o las seis de la mañana. Perfecto. Me dirijo
al río que recorre los arrabales de Arala, cuya agua helada es
cristalina, y me hundo en él. Bajo la corriente, empiezo a recordar
los sucesos del día anterior y pienso sobre lo que debo de hacer
hoy. Pienso también en Ishtral. Es un hombre un tanto peculiar pero
una vez que derrumbas los muros tras los que se esconde, no está tan
mal. Salgo del agua con energías renovadas. Me enfundo en mis
pantalones de cuero negro. Me abrocho la blusa naranja y cepillo mi
media melena oscura. El último e imprescindible accesorio es la
perla negra que me dio anoche Ishtral. Una vez lista, es hora de ir a
por el desayuno.
Caminando por la calle principal
observo que algunos puestos de dulces, pan, fruta y verdura fresca y
pescado están comenzando con su actividad diaria. Un abanico de
posibilidades para desayunar. ¿Qué preferirán los chicos hoy?
-Oiga señor.
-Buenos días señorita, es
usted madrugadora por lo que veo.
-Mucho. Sinceramente me
encanta pasear con el fresco de la mañana.
-Opino como usted, muchacha,
¿desea algo? Permítame que le recomiende esos bocados de hojaldre y
mermelada. Recién hechos. Son una auténtica delicia.
Es un hombre de unos treinta
años, con una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos de color verde
muy claro, brillantes. Muy guapo y simpático. Casi me da pena
timarle. Casi.
-¿Cuánto cuestan?
-Dos de ellos, seis crolls.
-Mmmm... me parece un poco
caro para algo tan pequeño, que cuando quieres saborearlo, ya te los
has tragado hace rato -empiezo a decir fingiendo consternación-. Por
otra parte, se ven grumosos, pareciera que te vas a cascar un diente
con el primer bocado. Hay zonas sin nada de mermelada y otras
excesivamente rellenas. Muy empalagosos, y eso que todo lo que le
digo es a simple vista... no quiero ni pensar cuando los pruebe y
llore por mis seis crolls absolutamente desperdiciados.
El hombre se queda sin habla
momentáneamente. Empieza a sentirse insultado cuando critico sus
pasteles.
-Oiga señorita, usted no ha
probado ninguno...
-Ni falta que hace, gracias.
¿Cuánto cuestan aquellos de allí? Al menos esos parecen más...
comestibles.
-Ah no, usted no va a
insultar mi obra maestra, mis bocaditos de hojaldre y mermelada, sin
siquiera haberlos probado. Coja uno. Vamos.
-Señor, con todos mis
respetos, no me apetece que mis hermanos y yo estemos indispuestos, y
más hoy, que es el Día Nacional.
-¡Pero bueno! ¿se está
oyendo? ¡ésto es todo un insulto! Le pido por favor que pruebe uno.
Es más, llévese cuatro más, para que sus hermanos lo prueben y
mañana vengan a darme las gracias por hacer tan delicioso manjar.
-Bueno, si insiste... Pero va
a obligarme a pagar algo que no quiero comprar.
-Lléveselo. No me debe nada.
Es mi honor como pastelero lo que está en juego.
-De acuerdo, haremos un
esfuerzo. Esto... gracias.
-¡Menuda juventud! ¡Que
parecen grumosos y empalagosos dice! Anda, cójalos y mañana me
dice.
-Vale, vale, siento lo que he
dicho si le ha supuesto una ofensa. Gracias.
Y diciendo ésto me despido.
Perfecto, ya tengo bollos gratis, ¡y tienen una pinta impresionante!
Repito la jugada en un par de
tenderetes más y, en solo una hora, tengo un desayuno riquísimo
para todos los huérfanos y para mí. El día está empezando
bastante bien aunque siento una punzada de nerviosismo al pasar
frente al lugar donde ayer Ishtral me lanzó la daga. Aunque para
todos hoy sea un día de celebración, para mí no lo es tanto.
Capítulo 7
-Llegas tarde.
Ishtral está tieso como un palo
en la escalinata de entrada a palacio, con los brazos cruzados y una
expresión de pocos amigos que no me gusta nada.
-Llego tres minutos tarde. Y
no pongas esa cara de querer matar a alguien, necesitas un buen...
-¿Quién es ése? -me corta
señalando con el mentón a Jake, que está justo a mi lado.
-Él es...
-Soy Jake- me interrumpe mi
amigo.
-¿Y qué hace aquí, Lyx?
-Jake se ofreció a...
-Vengo a ayudarla, ¿algún
problema, sargento?- Jake vuelve a dejarme con la palabra en la boca.
-¡Callaos los dos!, el que
vuelva a interrumpirme va a acordarse de mí. ¿Entendido? -huelga
decir que odio que no me dejen hablar- Ishtr... Sargento Blood, Jake
es mi amigo y quería ayudarme. No le he dicho que no. Tú ve a la
zona norte como teníamos previsto, Jake irá por la parte sur y yo
seguiré muy de cerca el desfile por los tejados de la Calle de la
Reina. ¿Alguna objeción?
-Ninguna- me contesta Jake.
Miro a Ishtral que, a modo de asentimiento, hace una reverencia
burlesca y susurra “a sus órdenes, alteza” con su característica
media sonrisa.
El sargento Blood (como le llamo
cuando está Jake delante) se encamina con pasos firmes hacia su zona
designada y pronto se pierde entre el gentío.
Jake y yo caminamos juntos hacia
la parte sur de Arala. Quería que Jake vigilara esa zona puesto que
así podría cuidar de los huérfanos. De Pete.
-Ese sargento es un
impresentable.
-Tú tampoco has sido muy
sociable que digamos...
-¿Vas a ponerte de su parte,
Lyx?
-¿Ahora hay dos partes,
Jake?
-No sé que te pasa con él.
Todo lo que hace o dice está bien y confías plenamente en él
habiéndolo conocido ayer- estaba molesto.
-No he dicho en ningún
momento que confíe a ciegas en él.
-No, pero sé que lo haces.
Me muerdo la lengua, no tengo
ganas ni tiempo de calmar el infantil arrebato de celos de Jake.
-Yo ya me separo aquí. Luego
nos vemos.
-Me gusta como zanjas las
discusiones. Simplemente te vas.
-Aquí el único que está
discutiendo eres tú.
Y tras decir eso, me encaramo a
un muro medio derruido y agarro una cornisa. Me balanceo hacia
adelante y hacia atrás y, con una pequeña voltereta, ya estoy en
uno de los tejados. Veo a Jake alejarse con los hombros caídos y el
ceño fruncido. “Qué pesado es a veces” pienso.
Desde aquí arriba puedo verlo
todo a la perfección. La calle principal es una explosión de vida y
color. No hay esquina de Arala en la que no suene la música: una
orquesta desacompasada de guitarras, flautas enormes, cajas huecas
que marcan el ritmo, palmas, voces (algunas más afinadas que otras),
bailes...
Todos los establecimientos están
abiertos y todos y cada uno de los aralios lleva puesta su mejor
sonrisa. Los niños corren por las calles, las parejas se besan, los
ancianos ríen con jarras de cerveza y cuentas anécdotas del pasado.
Muchos jóvenes hacen piruetas en el aire con las mochilas que usamos
para volar. Cometas de todos los colores nadan entre las nubes. Los
árboles están adornados con luces brillantes y las grandes hojas
blancas filtran la brisa haciéndola sonar como un oboe. Muchos van
disfrazados y otros tantos, corretean con zancos. No entiendo nada de
lo que dicen pues es una algarabía de gritos, risas, canciones.
Sonrío, es impensable que en un día como hoy pase algo malo. Tengo
un buen presentimiento.
Capítulo 8
Medianoche. Suena un coro de
trompetas anunciando el discurso de la Reina. “atenta, Lyx” me
dice Ishtral a través del pendiente-transmisor. Ya sé que debo
estar especialmente alerta ahora pero nada había sucedido desde que
empezaron los festejos a eso de las cuatro de la tarde. Me siento
bastante segura, la verdad.
Estoy en el tejado de una enorme
posada situada justo en frente del escenario construido para que la
Reina se dirigiera a todos nosotros. Miro hacia la derecha y veo a
Jake, mirando hacia todas direcciones y, cerca de él se encuentran
todos los niños. Pete es el que está más inquieto, me pregunto qué
le habrá dicho Jake para explicar mi ausencia. Miro a la izquierda y
veo apoyado en una esquina a Ishtral, como siempre, impasible. Lleva
una capa negra para ocultar su uniforme y su arma. El color de la
capa, tan oscuro, resalta sus ojos hipnotizantes.
-Te aseguro que yo no voy a
matar a Su Majestad así que deja de mirarme y espabila Lyx- la voz
de Ishtral atraviesa el pendiente y perfora mi oído.
Me ha visto. Un leve rubor
empieza a teñir mis mejillas.
-Déjame en paz, oh gran
sargento Blood -contesto en voz baja.
Como respuesta únicamente oigo
un sonido que creo que es una risa ahogada.
Un ruido ensordecedor de
aplausos llena el espacio. La Reina acaba de subir al escenario. Con
su elegante caminar y su velo de plata cubriéndole la cara está
imponente. Levanta la mano y todo es silencio. El mundo se para por
un momento y eleva su suave voz. Vuelvo a sentir la misma sensación
de sumisión y entrega. Todos los aralios se doblan en una
reverencia. Parecería magia pero puedo asegurar que la sola
presencia de esa mujer hace que nazca el deseo de servirla y
quererla.
A su lado y un poco más atrás,
se encuentra la princesa Rothian. Alta y delgada como su madre. Al
igual que ella, también lleva el rostro cubierto por un velo pero el
suyo es de gasa azul. Tiene las manos entrelazadas por delante y le
tiemblan un poco: está nerviosa. Puede que sepa algo sobre el
posible atentado contra la vida de su madre y esté asustada. Sería
lo más normal.
Su Majestad eleva la voz dando
inicio a un emotivo discurso en el que agradece la lealtad de todos
los aralios; su amor y devoción hacia ella y hacia Arala. Explica
sus planes sobre el país y habla de algunos temas menos relevantes
para amenizar la perorata. Sabe el peligro que corre y aún así es
capaz de bromear con sus súbditos. La admiro.
Me siento relajada y estoy
concentrada en su voz hasta que percibo una luz por el rabillo del
ojo. Al principio solo es ligeramente molesta e intermitente por lo
que pienso que proviene de alguna de las pequeñas lámparas que
adornan los arboles. No para, y ahora está más cerca. Las luces de
los árboles no se mueven. Giro sobre mí misma y me arrastro al
tejado contiguo. Ya no presto atención a la Reina, solo a esa luz
intermitente. La vuelvo a ver aún más cerca y me muevo
sigilosamente hacia ella. Me coloco a gatas sobre una pequeña azotea
y descubro con miedo que la luz proviene de los destellos de las
antorchas sobre la punta de una flecha que va dirigida a Su Majestad.
No distingo al arquero puesto que va enfundado en un traje negro y
está escondido en el hueco ensombrecido que forman dos tejados.
Estoy demasiado cerca de él como para decirle algo a Ishtral. Me
tiemblan las piernas y los labios se me secan. Siento la lengua como
una bola amorfa dentro de la boca. Las manos heladas y la adrenalina
corriendo por mis venas. Estoy paralizada.
-“Por último, quiero hacer
saber a éste, mi pueblo, que he elaborado un plan para reducir el
número de huérfanos en las calles. Quiero que esos niños reciban
la educación pertinente y no tengan que robar cada mañana para
tener algo que llevarse a la boca”
“¿Qué hace la Reina hablando
ahora de los niños?” pienso, superada por la situación. El
arquero sigue inmóvil pero tensa la cuerda. Los chicos, sintiéndose
elogiados por los comentarios de Su Majestad se acercan mucho al
escenario, Pete encabeza el grupo. Demasiado cerca. “Maldita sea
Jake, debías protegerlos” pienso con rabia. Mi amigo está
embelesado mirando a la princesa Rothian y escuchando el discurso. No
se da cuenta de nada. Si me muevo puedo hacer que no solo corra
peligro la vida de la Reina, sino también la de Pete y la de los
demás. Las lágrimas pugnan por salir quemándome las mejillas.
Araño la pared hasta que me sangran las puntas de los dedos. Tengo
miedo. Mucho miedo. No sé qué hacer.
Aplausos. Ha acabado el
discurso. Veo el resplandor de la punta de la flecha y distingo una
sonrisa del arquero que hiela mi sangre. Tensa el arco. Se mueve.
Agachado para que nadie advierta su presencia.
“Muévete, muévete, muévete.
Eres una inútil Lyx, haz algo de una vez” es el pensamiento que
rebota en mi mente y que la va a hacer estallar.
Apunta. No. No. No. Pete...
-¡CUIDADO! -grito a pleno
pulmón abalanzándome sobre el arquero que no se lo esperaba.
Ishtral mira hacia arriba y corre. Jake hace lo mismo. La Guardia
Real forma un cordón protector alrededor de Rothian (quien grita
hasta desgarrarse la voz) siguiendo las órdenes de Su Majestad. La
gente huye despavorida. Una avalancha humana destroza las calles en
el día más feliz del año.
En el tejado, forcejeo con
aquella figura sin rostro y sin nombre. Es muy fuerte a pesar de que
yo contaba con el elemento sorpresa. Me agarra del pelo y golpea mi
sien derecha contra las tejas. Un hilo de sangre llega hasta mis
labios mientras que un pinchazo de dolor relampaguea en mi cabeza.
Intento resistirme pero ese hombre me da un rodillazo en el abdomen.
Mareada me caigo del tejado con la suerte de rebotar sobre uno de los
toldos de las tiendas. Para mi cabeza embotada todo es ajeno. Veo con
los ojos nublados que el misterioso asesino tensa la cuerda
dirigiendo su arco hacia la Reina que pide por favor que protejan a
su hija. La flecha araña el aire. La muerte dibujada en sus ojos.
Impacta.
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