Capítulo 2
Sigo a Su Majestad por los
intrincados y laberínticos pasillos del Palacio de Arala, la
residencia de La Reina. Las paredes están adornadas con hermosos
cuadros. El suelo brilla como el lucero. Los torreones son más altos
que las nubes y el edificio en sí es el más bello de todo el país.
Al fin, llegamos a los aposentos de Su Majestad. Abre la puerta con
una llave que llevaba colgada de su pálido cuello. Al entrar, la luz
me ciega. Las cortinas violáceas ondean bailando con el viento y
permite la entrada de los rayos del sol de mediodía.
La cama es circular y está
llena de almohadones de mil colores. Una de las paredes está
cubierta por una estantería rebosante de libros de temas que ni
siquiera sabía que existían. Las paredes son de color violeta.
Junto al enorme ventanal, hay una mesa de madera muy oscura rodeada
por cuatro sillas del mismo material. Sobre ella hay una tetera de
porcelana y dos tazas llenas de humeante té con olor a frutos rojos.
Es como si nos hubieran estado esperando. Junto a la tetera hay una
bandeja llena de dulces.
-Siéntate, Lyx.
-Sí, Majestad.
Me siento a su lado y ella, con
parsimonia, levanta el velo plateado que cubría su rostro. Ese gesto
jamás lo hace en público y pocos son los aralios que le han visto
la cara a la reina; ahora yo soy una de esos privilegiados. Me quedo
mirando su cara. Los rizos de color miel se precipitan por sus
hombros. Su cara es mucho más juvenil de lo que aparenta ser con el
velo. Su ojo derecho es verde oliva y el izquierdo, violeta; a juego
con la habitación. No sé que decir.
-¿Te asusta mi
heterocromía?- su voz es menos grave aunque igual de aterciopelada.
Supongo que antes fingía tenerla más ronca para causar una mayor
impresión en sus súbditos.
-Su... ¿Su qué?
-Que tenga un ojo de cada
color.
-Majestad, es un honor que se
preocupe por el sino de alguien como yo. No es que me asuste, es solo
que nunca lo había visto antes, y eso que ésto es Arala- veo una
breve sonrisa en sus labios. Sigo hablando-. Además, he visto otros
ojos antes que me han resultado mucho más inquietantes...
Mi cuerpo está rígido y sigo
actuando de forma servil. Soy consciente de ello y, a la vez,
completamente incapaz de remediarlo. La Reina se acomoda en la silla
centrando su atención en mí.
-Lyx, ¿sabes por qué me he
saltado las normas contigo?
-Majestad, es un honor que se
preocupe por el sino de alguien como yo. En respuesta a su pregunta
he de confesar que no; no sé por qué yo, una ladrona, he captado su
atención.
-Bueno, tengo entendido que
no eres una ladrona cualquiera, eres la Reina. La mejor y más
rápida. La más escurridiza, dicen. Eres la Reina de los pobres y de
los huérfanos. La Reina de los bajos fondos.
-Así suelen llamarme,
Majestad, y mentiría si dijera que no me enorgullezco de ello.
-Eso pensaba, pequeña Lyx,
¿Qué pensarías si te necesitara precisamente por eso?
-Majestad, es un honor
que...- empiezo a recitar como siempre.
-Sáltate los formalismos.
Contesta.- me corta ella.
-Pensaría que para lo que
requiere mis trabajos no es precisamente un asunto sobre modales en
la mesa, Majestad.
Ella sonríe mostrando una fila
de dientes completamente blancos.
-Correcto, Lyx. Eres
inteligente.
-Gracias, Majestad.
-Lyx, voy a explicártelo
todo muy claro para minimizar cualquier tipo de duda y, por favor,
deja para el final las preguntas. ¿Entendido?
-Sí, Majestad.- digo
mientras asiento con una incipiente sensación de malestar.
-Perfecto:
“Todo comenzó hace dos meses.
La noche del tres de marzo, los motores que mantienen a Arala en el
aire se pararon. Hubo unos instantes de desconcierto y pánico hasta
que, yo misma, desde esta habitación, pude activar los de
emergencia. Al día siguiente, hice un comunicado diciendo que el
paro de los motores principales se había hecho con la intención de
comprobar la efectividad de los de emergencia y que, si éstos no
hubieran funcionado, nada habría sucedido puesto que habríamos
vuelto a encender los principales. Si te soy sincera, Lyx, si los de
emergencia no hubieran funcionado... no estaríamos hablando ahora
mismo. Seríamos un cráter en el suelo. Una tragedia. Cuando envié
a los mecánicos a revisar ese 'fallo técnico', éstos encontraron a
los guardias masacrados cruelmente, algunos incluso desmembrados.
Creo que no hace falta que diga que el mismo que los asesinó fue
quien manipuló los motores. Todo con el más absoluto sigilo. Eso
fue hace dos meses.
El mes pasado, otra vez el día
tres por la noche. Alguien entró en mi habitación, burlando la
vigilancia, mientras estaba en una reunión con mis consejeros, rasgó
las cortinas, quemó varios libros -todos los que recogían la
historia del linaje real, de mi familia-. Acuchilló mi cama y rompió
los espejos. Al volver encontré la ventana abierta y se supone que
el criminal huyó por allí. Lo que no consigo entender es cómo
nadie oyó nada.
Este mes... bueno, al ver tu
cara supongo que ya habrás deducido lo que pensamos que va a pasar.
Hoy es día dos y mañana es el Desfile Real. Las celebraciones se
alargan hasta bien entrada la noche y justo a medianoche debo de
cerrar la festividad dando un discurso. No pienses que soy una
cobarde, pequeña Lyx. No temo por mi vida pues sé que antes o
temprano moriré y en ese caso, mi hija Rothian, asumiría el trono
ya que su padre murió hace años; Temo por todos los aralios, que
ese día estarán más inofensivos que de costumbre. Joven Lyx, te
pido que mañana, estés alerta. Tú controlas las calles mejor que
nadie. Conoces a las gentes. Sabes qué piensan y dónde van a
divertirse. Te pido que si notas algo raro avises a la Guardia para
que protejan a mi preciosa Rothian.”
-¿Y quién va a protegerla a
usted, Majestad?- digo a pesar de saber la respuesta.
Ella sonríe dulcemente y sus
ojos tristes son más bellos que nunca. No contesta.
-Acepto, mañana vigilaré
cada callejón y cada esquina de Arala.- prometo con la voz firme.
-Gracias, pequeña Lyx. En tu
tarea he escogido a uno de los mejores guardias para ayudarte puesto
que Arala es grande para una sola persona. ¡Adelante, Sargento
Blood!
Me giro en redondo, con los ojos
casi desorbitados hacia la puerta. Es el primer gesto impulsivo que
hago desde que me encarcelaron pero no puedo evitarlo.
Y ahí está él. Con su
uniforme azul oscuro y blanco y su pistola ceñida a la cadera. Ahí
está él con sus ojos dorados y su pelo color sangre.
Capítulo 3
Salgo a la calle y justo al
pisar el último peldaño de la escalinata de entrada al Palacio de
la Reina, el embotamiento de mi cabeza desaparece. Respiro hondo. Una
vez. Dos. Mi corazón normaliza sus latidos y siento mi sangre fluir
más ardiente por mis venas. Vuelvo a ser yo. No sé que ha ocurrido
ahí dentro. Si hubiera sido yo misma al menos habría actuado de una
forma un poco más altiva ante Su Excelentísima Majestad. Aunque no
puedo parar de pensar en lo que ella me ha contado. Lo del boicot de
los motores y el asesinato de los guardias así como la intrusión en
los aposentos de Su Majestad. Todo ello sin ser visto. Sin que nadie
sospechara. No sé quién es el autor de aquello pero sí sé que no
es ningún principiante. Sigo caminando por los callejones de Arala
cuando oigo unos pasos a mi espalda. Sonrío. “Parece que hoy está
siendo un día divertido” pienso. Me giro y, por supuesto, no hay
nadie. El sol del atardecer alarga mi sombra haciéndola parecer un
espectro.
-¡Sígueme si puedes!- grito
a esa presencia anónima que ha estado vigilando mis movimientos
desde que salí del palacio.
Comienzo una frenética carrera
a través de los callejones de Arala. Giro una esquina, otra, otra
más. Salto por encima de bancos y escalo por canalones para seguir
mi estimulante carrera por los altísimos tejados negros. Esa sombra
que me persigue no se rinde. Bajo de un tejado saltando con una
pirueta por la que deberían darme un premio. He llegado a la Calle
de la Reina. Ya está empezando a oscurecer pero aún hay la
suficiente gente como para borrar mi rastro. Cojo una larga capa
verde oscura de un pequeño puesto mientras el vendedor intenta
embaucar a una señora con demasiadas joyas y demasiado tonta para
darse cuenta de que le están vendiendo una imitación. Transcurren
unos diez minutos y ya no siento a nadie tras mis pasos. Otros quince
minutos y ya puedo asegurar que he despistado a quien me perseguía.
Enfundada en mi preciosa capa nueva giro a la derecha, tomando una
apetitosa manzana roja y brillante de un puesto que estaba cerrando
por hoy. Voy a darle el primer bocado cuando veo algo por el rabillo
del ojo. Lanzo la manzana a unos centímetros de mi mano y echo la
cabeza hacia atrás. Un golpe. Dirijo mi mirada a la pared y ahí
está, mi preciosa manzana atravesada por una daga de oro y clavada a
una puerta. Miro hacia el callejón, con la barbilla alta dispuesta a
darle una buena patada a quien me ha estropeado la cena. Entonces es
cuando le veo. Sangre y oro. El Sargento Blood.
Capítulo 4
-Oiga, Sargento, hay muchas
formas de pedir una cita. No tenía por qué seguirme por los
tejados, le quita romanticismo- digo, irónica, acercándome a él.
El Sargento Blood sigue apoyado
en la acera opuesta, estoico. Es decepcionante que sea tan frío con
lo guapo que es. En fin, nadie es perfecto.
-Lyx, tenemos que hablar
sobre cómo vamos a organizarnos mañana. Debemos proteger a Rothian.
-¿Cómo te llamas? Me niego
a llamarte 'sargento Blood'.- sonrío al ver que, por una milésima
de segundo, rompo su máscara. No esperaba que hiciera caso omiso a
su pregunta.
-Eso es irrelevante.
-Muy bien, espero que seas
capaz de estar en varios sitios a la vez porque mañana no vas a
verme por las calles.
-Vives en las calles. Eres
huérfana. No tienes donde caerte muerta.
Eso me duele. Mucho. Me giro
furiosa hacia él y me acerco mucho, quizás demasiado y le empujo
contra la pared.
-Mira, sargento de tres al
cuarto. Puede que no tenga donde caerme muerta pero al menos tengo un
nombre que me dieron mis padres y que no me importa revelar a los
demás. Tú eres solo alguien huraño, repelente e insoportable. No
vuelvas a acercarte ni a mí, ni a los demás huérfanos. Creo que he
sido lo suficientemente clara. Buenas noches, Sargento Blood.
-No sé mi nombre- Su voz
suena ronca, muerta.
Me paro pero no vuelvo mi
cabeza.
-La cocinera de la Reina me
encontró en uno de los jardines de palacio cuando tenía poco menos
de un año. Ella me crió y me convertí en parte de la Guardia. Me
llamó Blood. No tengo nombre ni apellidos. No sé quiénes son mis
padres ni por qué me abandonaron.
Me giro hacia él, con los ojos
llorosos, piadosos.
-¿Qué ocurre, Lyx? ¿te
cuentan una historia triste y desaparece tu enfado? ¿Y si era
mentira? ¿Y si me lo he inventado todo?- su voz está bañada en
amargura.
-No lo harías.
-¿Por qué crees eso?
-Porque ahora mismo pareces
un niño desamparado, como lo he sido yo desde los ocho años.
Silencio. Ambos nos mantenemos
la mirada hasta que él, por primera vez, sonríe tímidamente; una
media sonrisa que me invita a que le acompañe. Entramos en un local
lleno de obreros hartos de trabajar y que no son capaces de estar en
casa sin discutir con sus esposas. Hay varias camareras ligeras de
ropa capaces de evitar a los hombres de mil maneras diferentes. Las
jarras de espumosa cerveza abundan en la larga barra. Hay veinte
mesas circulares y una escalera que lleva a un reservado poco
iluminado que, sinceramente, no quisiera visitar. El bar está bañado
por una luz anaranjada que contrasta con la oscuridad de la noche. El
sargento Blood y yo tomamos asiento en una mesa apartada y cerca de
la ventana. Se acerca un hombre de mediana edad, orondo, calvo y con
un colmillo de oro. Pedimos dos jarras de cerveza.
Permanecemos en silencio. Él
mirándome a mí y yo, consciente de ello, mirando fijamente la
palidez de la luna. Una vez que el camarero trae las bebidas.
Comienzo a hablar.
-Acepto ayudarte, ¿cómo lo
hacemos?
-Había pensado que tú te
ocuparas de la parte sur de Arala y yo de la zona norte. Nos
encontraremos a mediodía, que es cuando comienza a haber más
revuelo, frente al Palacio de la Reina.
-Me parece bien, ¿y qué
hago si veo algo extraño?
-Para eso tengo ésto- dice
mientras me tiende una perla negra.
-¿Y qué hago con ésto?,
¿juego a las canicas?
Él sonríe y me siento feliz
por ser yo la causante de su sonrisa.
-No, es un pendiente con un
transmisor. Yo tengo otro idéntico -gira la cabeza para mostrarme su
oreja izquierda-. El tuyo es el derecho, pruébatelo.
Me lo pongo. Acto seguido, él
se levanta y se va a la otra punta del local. Yo, imaginando que lo
hace para comprobar que, en efecto, podemos comunicarnos a distancia
sin problemas, me quedo sentada bebiendo un trago de fría cerveza.
-Funcionan perfectamente,
gracias Sargento Blood.
Me mira. Es realmente incómodo.
-¿Te ha dado un derrame
cerebral o lo de quedarte mirando fijamente es un hábito en ti?
-Llámame Ishtral.
-¿Perdón?
-Solo me llama Blood mi madre
adoptiva, la cocinera de Palacio, y Sargento Blood, la gente en quien
no confío. Llámame Ishtral, me gusta ese nombre. En la antigua
lengua de Arala significa “sin nombrar”. Para mí, significa que,
aunque no tenga nombre, precisamente por eso puedo tener todos los
que quiera. Significa que aún tengo la oportunidad de encontrar uno
propio.
Él ya no está serio ni carente
de emociones, el oro que tiñe sus ojos es vivo y cálido. Éste es
el verdadero Sargento Blood, éste es Ishtral.
-Ishtral... -susurro- Me
gusta. ¿Quiere decir eso que confías en mí? No me conoces aún.
-Lo sé. Aún así presiento
que puedo confiar en ti.
-Craso error.
-Eso también lo sé. Hasta
mañana, Lyx.
-Hasta mañana, Ishtral.
Nos separamos en la puerta, nos
giramos a la vez y ninguno mira hacia atrás. Ha sido un día extraño
y una noche perfecta.
Capítulo 5
Camino sola por la zona sur de
Arala, la zona pobre. La única luz guía es la de la luna. Todos los
aralios temen caminar solos incluso de día por aquí. A mí, en
cambio, me encanta. No tengo nada que temer. Es éste mi Reino a
pesar de no ser de oro y brillantes, sino de ladrillo sucio, piedra y
cristales rotos. Es ésta mi gente, aunque no sean hombres que se
mesan el abundante bigote y mujeres vestidas con las mejores telas,
sino huérfanos, borrachos, prostitutas y mentirosos de la peor
calaña.
Camino segura y empiezo a oír
voces que ensucian el silencio de la noche. Pasos agitados que
tropiezan en los adoquines rotos de las callejuelas. Y la dulce voz
de un niño de nueve años que me llama ansioso por verme. Es la voz
de Pete. Mi hermano.
-¡Lyx!, ¡¿dónde has
estado?!, ¡estaba muy preocupado!- viene lloriqueando a mis brazos.
-Estoy bien, Pete. No seas
llorica, renacuajo.
-No soy llorica. Tonta.
Ambos reímos y pronto nos vemos
rodeados por nuestra Guardia Real: todos los huérfanos de Arala. De
repente estalla una nube de preguntas acerca de dónde, con quién,
cómo... En definitiva, un interrogatorio sobre si me han hecho algo
“los Bobos Reales”, que es como ellos llaman a la Guardia Real.
La próxima vez que vea a Ishtral (mañana), le diré que es el Bobo
Real por excelencia.
Nos dirigimos todos a nuestro
pequeño mundo de casuchas en ruinas y fogatas aquí y allá. Nos
dirigimos a nuestro hogar, que no es otro que un barrio mugriento y
medio derruido, abandonado por todos salvo por nosotros.
Allí soy algo así como la
hermana mayor de todos, no solo de Pete. Los llevo a todos a sus
camas hechas de colchones y mantas viejas que hemos robado. Les beso
la frente. “Buenas noches, pequeñajos”, pienso con cariño,
“nadie va a haceros nada mañana, ni a vosotros ni a nadie”.
Subo unas viejas escaleras de
caracol que llevan en pie desde antes de la coronación de Su
Majestad. Arriba me espera Pete, con sus ojos marrón chocolate, su
naricilla respingona y unas orejas quizá demasiado grandes, pero que
adoro.
-No lo entiendo, Lyx.
-¿El qué no entiendes?
-No entiendo cómo te ha
liberado tan pronto la Guardia. Además pareces preocupada pero a la
vez, contenta. No te entiendo.
No quiero contarle nada, querrá
ayudar y me niego a ponerlo en peligro. Intento llevar la
conversación por otros derroteros.
-¿No me entiendes a mí, o a
la pequeña Luy?- él se ruboriza y muerde el anzuelo. Perfecto, ya
no preguntará más sobre mi detención.
-Es que no hay quien entienda
a las mujeres. ¡Un sí significa no y un no significa sí, a no ser
que en verdad signifique no! Así es imposible acertar con vosotras.
Hoy le he cogido de la mano y me ha dejado, le he besado la mejilla y
me ha dejado, le he intentado besar en la boca y me ha abofeteado.
Son señales contradictorias.
-Quizás quiere un poco más
de romanticismo, ¿no?
Pete hace un gesto de náuseas e
imagino que Ishtral pensará lo mismo que mi hermanito sobre todo lo
relacionado con el amor.
-Quizás es tonta.
-A ver si el tonto vas a ser
tú, que no te enteras de nada. Anda, a la cama y mañana sigues
quejándote del misterio femenino. Buenas noches, renacuajo.
Aunque de mala gana, Pete me
obedece y se oculta entre las sábanas.
-Buenas noches, gruñona.-
enfatiza la frase sacando la lengua.
Yo le respondo de la misma
forma.
No pasa mucho cuando siento que
la respiración de Pete se hace monótona y tranquila. Yo, en cambio,
no paro de dar vueltas en la cama. Decido subir al tejado a tomar el
aire. Siempre lo he hecho desde que murieron mis padres. El tejado ha
sido mi refugio, el único lugar donde me he permitido llorar.
Allí, me sumerjo en mis
pensamientos: la Reina y el peligro que corre mañana, lo que podría
pasarnos a todos si Su Majestad fuera asesinada, la pobre princesa
Rothian. También recuerdo lo vivido hoy: la detención, el dilema
amoroso de Pete, Ishtral... A pesar de la brisa primaveral me recorre
un escalofrío. Una chaqueta cae del cielo y me cubre los hombros.
Miro hacia arriba y veo las manos que me han prestado la prenda de
abrigo: Jake.
Jake es mi mejor amigo, hemos
estado juntos literalmente desde que nacimos: nuestras madres dieron
a luz el mismo día. Su madre murió al nacer él y su padre huyó
cuando Jake tuvo siete años. No fue un buen hombre ni un buen padre.
Lo único que aterra a mi amigo es convertirse en alguien como su
padre, pero es un gran chico: protector, dulce, atractivo... Sé que
él está enamorado de mí desde hace años, no deja que se me
olvide, pero no puedo corresponderle.
-¿Qué tal entre rejas?,
dicen que la cárcel es casi mejor que los aposentos reales- dice con
sorna.
-Pues confirmo esos rumores:
los bultos del colchón masajeaban mi espalda, la poca luz ha hecho
que agudice la vista y la comida, digna de un rey de reyes.
Él estalló en carcajadas.
-Eres única Lyx, por eso
te...-empieza a decir.
-No empieces que te tiro del
tejado- corto sonriendo.
-Mensaje captado.
Permanecemos unos instantes
callados.
-Lyx, confías en mí,
¿verdad?
-Por supuesto.
-Entonces dime la verdad, qué
ha pasado hoy.
Bajo los ojos y, retorciendo mis
dedos para liberar la tensión acumulada, se lo cuento todo. Bueno,
casi todo, a Ishtral me refiero como el sargento Blood y no le
menciono nada sobre nuestra particular carrera sobre los tejados.
Para él, mi día acabó una vez que salí de Palacio.
-Te ayudaré.
-No.
-Sí.
-Jake, no tengo ganas de
jugar a ésto.
-Ni yo de que mañana te
pases el día persiguiendo sola a alguien que, como se aburre, pues
se entretiene desmembrando guardias.
-No estaré sola.
-No, estará contigo un Bobo
Real que no conoces.
-Confío en ese Bobo Real.
-¿Más que en mí?
-Sabes que no. Por favor
Jake, no insistas.
Le miro a los ojos y sé que él
ya ha tomado su decisión. Va a venir.
-De acuerdo- digo suspirando.
-¡Gracias! -sonríe- Me has
ahorrado perseguirte por los tejados.
-Oh vamos, sabes que no
serías capaz.
-Cállate. Sí que sería
capaz.- añade fingiendo estar enfadado.
Le beso la mejilla y me voy a
dormir. Mañana será un día muy largo.
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