Cuenta una leyenda tan antigua como el tiempo que aquellas almas destinadas a latir con un solo corazón,
a
soñar con una misma alma dividida en dos cuerpos,
están
unidas por un hilo rojo.
Esta
soga de destino puede anudarse, doblarse, perderse en un universo
preñado de azar.
Mas
jamás romperse.
No
obstante, la historia que hoy os voy a contar,
habla
de dos amantes destinados a amarse hasta arder y morir entre cenizas
de pasión y dolor.
Dos
amantes unidos por el único hilo que se rompió.
Corrían
tiempos de jazz y licor barato en calles parisinas.
Años
de luces bohemias y amor callejero vendido al mejor postor.
Un
violinista hambriento besaba el aire con su arco,
amaba
con su violín a la ciudad del amor.
Él
soñaba despierto y acariciaba las cuerdas sin saber que la más
importante de todas las sogas la llevaba atada al dedo meñique.
Invisible
para ojos inexpertos.
Visible
para aquellas almas torturadas por un amor que se fue para no volver.
En
una ventana cercana, una joven con los ojos sumidos en una niebla
eterna,
velados
desde su nacimiento por un hada madrina despistada,
escucha
el tormento de violín.
Y
su pecho late.
Y
su boca florece como capullo de rosa.
Y
entonces su garganta habla y entona la más hermosa de las melodías,
hecha
por el amor para el amor.
Hecha
por unos ojos ciegos que sienten demasiado.
La
lluvia moja los tejados,
llora
el cielo de París.
El
joven músico oye el canto de sirena,
siente
el hilo mágico tensarse en torno a su dedo, en torno a su pecho
huérfano.
Y
toca para ella,
toca
pasiones de pentagrama entre nubes y sollozos de cielo.
Toca
para la voz anónima que acuna su alma.
Ella
sin saberlo lo sabe.
Sabe
que el violín la llama por su nombre,
y
que le canta al anochecer.
Que
la acompaña en noches de luna nueva,
noches
demasiado oscuras para que los ángeles la vean llorar de amor,
llorar
cánticos hechos para su músico callejero.
Desde
ese día él toca buscando la voz de sirena.
Desde
ese día ella canta en su cuarto,
deseosa
de que su voz se una a las manos de él.
En
un beso eterno.
En
un beso verdadero.
No
se ven, no conocen el olor de la piel ajena
mas
no les importa,
viven
para la música mensajera de vida y sueños.
Mensajera
de poemas y rosas de terciopelo.
Viven
para las notas mágicas que, como un atrevido funambulista, caminan sobre el hilo que une sus meñiques.
Entonces
la enfermedad asola la garganta de ruiseñor.
Y
las delicadas alas del ave de ojos mudos arden entre fiebres y
sangre.
Ángel
que llora por haber perdido la voz,
sirena
que se torna espuma tras perder al ser amado.
Entonces
las manos de él pierden su faro y su devoción.
El
violín llora y de sus cuerdas nacen notas muertas de melancolía,
muertas
de frío en un París lluvioso.
Reclama
la voz amada.
Reclama
el beso que jamás conoció y aún así anhela con todo su cuerpo,
con
toda su alma.
La
joven ciega llora perlas negras en su cama junto a la ventana,
llora
por no poder cantar,
por
oír el llanto desconsolado de su violinista en el tejado
que
la busca sin descanso.
El
hilo rojo del destino ya no abraza sus meñiques,
ahora
oprime sus cuellos
y
un rosal espinado les brota del pecho.
Cae
la noche en París,
con
ella, el invierno cubre la ciudad,
arropándola
con manto helado.
Él
tiembla bajo la ventana de ella sin saber de su presencia.
Sin
saber que sobre su cabeza está su ruiseñor amado.
Sin
saber que al alcance de sus dedos azulados por el frío,
impedidos
para tocar,
está
la voz que le hizo crear las más bellas melodías.
Ella
delira en sueños,
húmedos
sus labios de sudor salado,
agrietadas
sus manos de dolor contenido.
Sus
dientes como perlas susurran un nombre que no conoce e implora a las
estrellas un segundo más.
Un
solo segundo robado a la Parca para darle voz a sus anhelos.
Para
volver a unirse en rítmica pasión a su violinista errante.
El
hilo rojo, llorando de pena, se rompe.
Nace
escarcha en los párpados del violinista.
El
invierno lo arrastra a su frío imperio.
Entonces
la oye.
Una
voz revolotea como un pájaro delicado sobre su cabeza.
¿Acaso
sueña?
¿Acaso
la muerte pudiera ser tan cruel como para hacerle delirar con aquello
que más desea?
Vuelve
a oírla.
Vuelve
a oír a su sirena celeste.
Y
sus dedos laten con vida propia, como si su sangre bailara en su
corazón congelado dándole nueva vida.
Se
levanta desperezando su talento adormecido.
Toca
de nuevo para ella, solo para ella.
Siempre
para ella.
Y
ella llora de felicidad al oír el violín.
Se
restriega los ojos inútiles.
Entonces
los abre y la luz le abrasa las retinas.
Entonces
es capaz de ver todo lo que le había sido negado de nacimiento.
<<¿Un
último deseo, hada madrina?
¿Acaso
la luna me ha concedido una última voluntad?>>
Canta
a pleno pulmón con sus ojos a estrenar.
Saborea
el aire de amanecer y mira por la ventana,
dedicándole
su más virginal mirada a su violinista,
a
su músico amado.
Sus
ojos se cruzan por primera vez,
sus
ojos se cruzan por última vez.
La
voz de ella y la música de él se aman y se besan y se dicen todo lo
que sienten.
Con
los primeros rayos del sol acaba la sonata,
el
astro lentamente va cerrando los ojos de ella, que vuelven a la noche
familiar
y el
ardor febril regresa para astillar el pecho debilitado.
La
escarcha invernal repta por las piernas del músico como serpientes
de plata.
Como
dagas heladas de cristal asesino.
Ella
calla y cierra los ojos.
Él
deja caer el violín.
-Al
fin.
Suenan
sus voces a dúo.
El
hilo rojo es de ese color porque se tiñe de sangre.
Se
rompe, de deshace.
Corrían
tiempos de música callejera en París.
De
noches de luna reflejada en el Sena,
de
poetas eternos y amores furtivos.
La
rueda del destino gira y
un
nuevo hilo color sangre se forja...
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