Una
vez leí en un viejo libro de poemas,
que
la vida era una farsa, que debería ponerme la máscara y disfrutar
del carnaval.
Y
esa frase quedó grabada en mi pecho.
Se
convirtió en una bandera que ondea en el fondo de mis párpados.
Y
es que tenía razón.
Todos
somos latidos a contrarreloj.
Hojas
de otoño que vuelan osadas desde el árbol materno hasta el suelo.
Tenemos
fecha de caducidad y un cronómetro anclado al tórax.
Somos
un número finito en un universo infinito.
Motas
de polvo, un diente de león a la deriva.
Vivimos
en los últimos segundos de la canción, justo entre el solo de
guitarra y el silencio final, o en el epílogo de un cuento sin
narrador.
Somos
sueños y recuerdos escritos en una página en blanco.
El
último verso del poema, el pétalo de rosa más bello.
Vibramos
entre los últimos rayos de sol y la luna llena;
entre
burbujas de champagne trasnochado y amores de leyenda.
¡Qué
hermoso carnaval!
¡Qué
bella mentira!
Escoge
una máscara y bailemos en Venecia,
entre
el murmullo del agua que resuena con temporizador.
Somos
meras historias a medio escribir y,
¿no
es eso maravilloso?
¿No
lo entiendes?
Somos
los besos que daremos antes de que acabe la noche,
lágrimas
de emoción o de felicidad.
Somos
granos de café molidos y bañados en sol y tardes rodeados de
amigos.
Somos
lo imposible,
magia
envuelta en carne y hueso.
Somos
tiempo robado al tiempo
y qué bien sienta ser ladrón por un día.
y qué bien sienta ser ladrón por un día.
Somos
lo vivido y lo que está por venir.
Somos
enmascarados bailando en el carnaval.
Y
dime,
¿no
es eso maravilloso?
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