Hablemos
de actividades del día a día: ver la televisión. ¿Qué hay más
normal que éso? Bien, centrémonos: llegamos a casa, encendemos la
“caja tonta” y aparece un hombre en calzoncillos vendiendo
colonia. Tras quince segundos observando algo remotamente
relacionado con el producto que pretende vender, otro brillante
espacio publicitario: una mujer revolcándose por la arena en bikini,
sufriendo por la ingente cantidad de arena que está tragando, para
anunciar un champú. Todo muy lógico, ¿quién no sentiría un
impulso irrefrenable de comprar colonia y champú como para un
regimiento tras ver esos anuncios? Por favor, con lo atractivos que
eran los modelos... Porque, admitámoslo damas y caballeros, es éso
lo que nos entra por los ojos, y no el producto.
La
publicidad es una herramienta más de nuestra sociedad, maneja
muchísimo dinero y tiene un gran poder de sugestión. ¿Quién no se
ha dejado llevar por un anuncio atractivo o impactante? Ya respondo
yo: todos nosotros hemos caído en las redes de este juego de
seducción, todos hemos comprado algo inútil porque, ¡qué bonito
era el spot publicitario!
La
finalidad última de este gigante es colarse en nuestras casas y
llevarnos a su terreno, hacernos sentir que necesitamos, a toda
costa, ese minúsculo tarro de crema antiarrugas milagrosa, o esa
sartén que nunca se pega y con la que las tortillas salen iguales a
las de tu abuela, o ese bañador que te hace parecer miss universo
con solo mirarlo aunque tengas que pedir un aval para pagarlo.
A
fin de cuentas, la publicidad es un negocio, con sus ventajas e
inconvenientes y, si me lo permitís, me gustaría comentar este tema
un poco.
Estimados
publicistas, tal y como dice una famosa frase dicha por un
superhéroe, y que a todos nos suena, “un gran poder conlleva una
gran responsabilidad”, y hay que aplicarse el cuento. Apoyo
totalmente las campañas de concienciación sobre la violencia de
género o los riesgos de conducir bajo los efectos del alcohol. Hay
algunos spots capaces de arañarnos el alma, de helarnos la sangre y
dejarnos sin aliento. Son ese tipo de anuncios los que de verdad
surten efecto y nos hacen pensar. Por ejemplo: en julio de 2005, se
celebró un concierto llamado “live 8”, para recaudar fondos para
luchar contra la pobreza. Se grabó un anuncio, completamente en
silencio y en blanco y negro, en el que cada tres segundos un famoso
o famosa chasqueaba los dedos. Al final, solo se leía: “cada tres
segundos alguien muere de hambre”. Y seguían los chasquidos. Ése
tipo de publicidad taladra los ojos de los espectadores y remueve sus
corazoncitos.
Entre
las muchas ventajas de este mundo, se puede influir en los valores
culturales y personales de la audiencia. Es una línea recta para
llegar a la población.
Se
puede vender lo que se quiera puesto que todos aquellos con un
televisor, van a ver antes o después un anuncio que les interese.
Además, si van acompañados de la canción del momento, ya es una
combinación explosiva; un caballo ganador.
Pienso
que es un medio excelente para llegar a todo tipo de público; es
más, mundialmente, España es una de las mayores potencias en
publicismo, ocupando el noveno puesto en el ranking “The Big Won”
de los diez países más creativos.
Bien,
como dijo Mae West “cuando soy buena soy muy buena, pero cuando soy
mala soy mucho mejor”. Ya he sido buena, vamos a criticar un
poquito el bello oficio del publicismo y las mentes creadoras que se
esconden entre bambalinas. Por ejemplo:
Queridos
publicistas de la Superbowl, hay algo que mi mente (torpe de mí), no
comprende: ¿por qué para anunciar una hamburguesa hay que poner a
una chica desnuda de cintura para arriba? Siento desilusionaros
hombres del mundo, pero no va a ser esa chica la que os sirva la
comida. Lo sé, acabo de destrozaros la vida, lo siento.
Tampoco
entiendo por qué para anunciar un yogur griego, Hugo Silva ha de
decir, con voz seductora: “no es un yogurín, es un yogurazo”. Lo
mismo para nosotras chicas, mientras nos zampamos el yogur él no va
a estar a nuestro lado. El primer paso para la recuperación es la
aceptación.
El
anuncio de KH7, el producto de limpieza: sale un hombre limpiando, la
chica lo mira y de repente se emociona tanto que empieza a besar
apasionadamente a su chico... vamos a ver mujer, si esa criaturita se
arranca a limpiar, déjalo que acabe y luego ya se verá.
Por
qué para anunciar un desodorante marca “Axe” ha de salir un
modelo en calzoncillos, rodeado de mujeres embrujadas por el hechizo
de ese aroma; ni que estuviese hecho a base de feromonas...
Que
alguien me explique por qué el 90% los anuncios de productos de
limpieza están protagonizados por amas de casa sumamente preocupadas
porque la mampara de la ducha esté -preocupantemente- impoluta.
La
gran desventaja de la publicidad es que, a veces, roza el sexismo,
afianzando los roles de género que tanto cuesta combatir. Lo que una
agencia publicitaria intenta erradicar (que la mujer sea vista como
un objeto, por ejemplo), otra lo estropea poniendo a una chica como
la típica niña sumisa que sonríe ante todo.
Sinceramente,
es decepcionante que existan anuncios del tipo: “¡el mejor regalo
para el día de la madre es este precioso juego de cuchillos de
cocina!”. Llamadme visionaria pero creo que a mi madre, por lo
menos, le haría más ilusión un crucerito por el Mediterráneo que
un cuchillo para cortar berenjenas...
En
definitiva, la publicidad es un arma de doble filo que puede
significar un gran paso hacia la tolerancia, la igualdad y la toma de
conciencia sobre los problemas que azotan el mundo, o simplemente una
esclava de la tradición sexista. La pregunta es: ¿qué opción
escogeremos? Pues es triste admitirlo, pero siempre elegiremos la que
proporcione, fácilmente, más dinero.
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