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jueves, 26 de mayo de 2016

Arala (capítulos 2, 3, 4 y 5)

Capítulo 2

Sigo a Su Majestad por los intrincados y laberínticos pasillos del Palacio de Arala, la residencia de La Reina. Las paredes están adornadas con hermosos cuadros. El suelo brilla como el lucero. Los torreones son más altos que las nubes y el edificio en sí es el más bello de todo el país. Al fin, llegamos a los aposentos de Su Majestad. Abre la puerta con una llave que llevaba colgada de su pálido cuello. Al entrar, la luz me ciega. Las cortinas violáceas ondean bailando con el viento y permite la entrada de los rayos del sol de mediodía.
La cama es circular y está llena de almohadones de mil colores. Una de las paredes está cubierta por una estantería rebosante de libros de temas que ni siquiera sabía que existían. Las paredes son de color violeta. Junto al enorme ventanal, hay una mesa de madera muy oscura rodeada por cuatro sillas del mismo material. Sobre ella hay una tetera de porcelana y dos tazas llenas de humeante té con olor a frutos rojos. Es como si nos hubieran estado esperando. Junto a la tetera hay una bandeja llena de dulces.
-Siéntate, Lyx.
-Sí, Majestad.
Me siento a su lado y ella, con parsimonia, levanta el velo plateado que cubría su rostro. Ese gesto jamás lo hace en público y pocos son los aralios que le han visto la cara a la reina; ahora yo soy una de esos privilegiados. Me quedo mirando su cara. Los rizos de color miel se precipitan por sus hombros. Su cara es mucho más juvenil de lo que aparenta ser con el velo. Su ojo derecho es verde oliva y el izquierdo, violeta; a juego con la habitación. No sé que decir.
-¿Te asusta mi heterocromía?- su voz es menos grave aunque igual de aterciopelada. Supongo que antes fingía tenerla más ronca para causar una mayor impresión en sus súbditos.
-Su... ¿Su qué?
-Que tenga un ojo de cada color.
-Majestad, es un honor que se preocupe por el sino de alguien como yo. No es que me asuste, es solo que nunca lo había visto antes, y eso que ésto es Arala- veo una breve sonrisa en sus labios. Sigo hablando-. Además, he visto otros ojos antes que me han resultado mucho más inquietantes...
Mi cuerpo está rígido y sigo actuando de forma servil. Soy consciente de ello y, a la vez, completamente incapaz de remediarlo. La Reina se acomoda en la silla centrando su atención en mí.
-Lyx, ¿sabes por qué me he saltado las normas contigo?
-Majestad, es un honor que se preocupe por el sino de alguien como yo. En respuesta a su pregunta he de confesar que no; no sé por qué yo, una ladrona, he captado su atención.
-Bueno, tengo entendido que no eres una ladrona cualquiera, eres la Reina. La mejor y más rápida. La más escurridiza, dicen. Eres la Reina de los pobres y de los huérfanos. La Reina de los bajos fondos.
-Así suelen llamarme, Majestad, y mentiría si dijera que no me enorgullezco de ello.
-Eso pensaba, pequeña Lyx, ¿Qué pensarías si te necesitara precisamente por eso?
-Majestad, es un honor que...- empiezo a recitar como siempre.
-Sáltate los formalismos. Contesta.- me corta ella.
-Pensaría que para lo que requiere mis trabajos no es precisamente un asunto sobre modales en la mesa, Majestad.
Ella sonríe mostrando una fila de dientes completamente blancos.
-Correcto, Lyx. Eres inteligente.
-Gracias, Majestad.
-Lyx, voy a explicártelo todo muy claro para minimizar cualquier tipo de duda y, por favor, deja para el final las preguntas. ¿Entendido?
-Sí, Majestad.- digo mientras asiento con una incipiente sensación de malestar.
-Perfecto:
Todo comenzó hace dos meses. La noche del tres de marzo, los motores que mantienen a Arala en el aire se pararon. Hubo unos instantes de desconcierto y pánico hasta que, yo misma, desde esta habitación, pude activar los de emergencia. Al día siguiente, hice un comunicado diciendo que el paro de los motores principales se había hecho con la intención de comprobar la efectividad de los de emergencia y que, si éstos no hubieran funcionado, nada habría sucedido puesto que habríamos vuelto a encender los principales. Si te soy sincera, Lyx, si los de emergencia no hubieran funcionado... no estaríamos hablando ahora mismo. Seríamos un cráter en el suelo. Una tragedia. Cuando envié a los mecánicos a revisar ese 'fallo técnico', éstos encontraron a los guardias masacrados cruelmente, algunos incluso desmembrados. Creo que no hace falta que diga que el mismo que los asesinó fue quien manipuló los motores. Todo con el más absoluto sigilo. Eso fue hace dos meses.
El mes pasado, otra vez el día tres por la noche. Alguien entró en mi habitación, burlando la vigilancia, mientras estaba en una reunión con mis consejeros, rasgó las cortinas, quemó varios libros -todos los que recogían la historia del linaje real, de mi familia-. Acuchilló mi cama y rompió los espejos. Al volver encontré la ventana abierta y se supone que el criminal huyó por allí. Lo que no consigo entender es cómo nadie oyó nada.
Este mes... bueno, al ver tu cara supongo que ya habrás deducido lo que pensamos que va a pasar. Hoy es día dos y mañana es el Desfile Real. Las celebraciones se alargan hasta bien entrada la noche y justo a medianoche debo de cerrar la festividad dando un discurso. No pienses que soy una cobarde, pequeña Lyx. No temo por mi vida pues sé que antes o temprano moriré y en ese caso, mi hija Rothian, asumiría el trono ya que su padre murió hace años; Temo por todos los aralios, que ese día estarán más inofensivos que de costumbre. Joven Lyx, te pido que mañana, estés alerta. Tú controlas las calles mejor que nadie. Conoces a las gentes. Sabes qué piensan y dónde van a divertirse. Te pido que si notas algo raro avises a la Guardia para que protejan a mi preciosa Rothian.”
-¿Y quién va a protegerla a usted, Majestad?- digo a pesar de saber la respuesta.
Ella sonríe dulcemente y sus ojos tristes son más bellos que nunca. No contesta.
-Acepto, mañana vigilaré cada callejón y cada esquina de Arala.- prometo con la voz firme.
-Gracias, pequeña Lyx. En tu tarea he escogido a uno de los mejores guardias para ayudarte puesto que Arala es grande para una sola persona. ¡Adelante, Sargento Blood!
Me giro en redondo, con los ojos casi desorbitados hacia la puerta. Es el primer gesto impulsivo que hago desde que me encarcelaron pero no puedo evitarlo.
Y ahí está él. Con su uniforme azul oscuro y blanco y su pistola ceñida a la cadera. Ahí está él con sus ojos dorados y su pelo color sangre.

Capítulo 3

Salgo a la calle y justo al pisar el último peldaño de la escalinata de entrada al Palacio de la Reina, el embotamiento de mi cabeza desaparece. Respiro hondo. Una vez. Dos. Mi corazón normaliza sus latidos y siento mi sangre fluir más ardiente por mis venas. Vuelvo a ser yo. No sé que ha ocurrido ahí dentro. Si hubiera sido yo misma al menos habría actuado de una forma un poco más altiva ante Su Excelentísima Majestad. Aunque no puedo parar de pensar en lo que ella me ha contado. Lo del boicot de los motores y el asesinato de los guardias así como la intrusión en los aposentos de Su Majestad. Todo ello sin ser visto. Sin que nadie sospechara. No sé quién es el autor de aquello pero sí sé que no es ningún principiante. Sigo caminando por los callejones de Arala cuando oigo unos pasos a mi espalda. Sonrío. “Parece que hoy está siendo un día divertido” pienso. Me giro y, por supuesto, no hay nadie. El sol del atardecer alarga mi sombra haciéndola parecer un espectro.
-¡Sígueme si puedes!- grito a esa presencia anónima que ha estado vigilando mis movimientos desde que salí del palacio.
Comienzo una frenética carrera a través de los callejones de Arala. Giro una esquina, otra, otra más. Salto por encima de bancos y escalo por canalones para seguir mi estimulante carrera por los altísimos tejados negros. Esa sombra que me persigue no se rinde. Bajo de un tejado saltando con una pirueta por la que deberían darme un premio. He llegado a la Calle de la Reina. Ya está empezando a oscurecer pero aún hay la suficiente gente como para borrar mi rastro. Cojo una larga capa verde oscura de un pequeño puesto mientras el vendedor intenta embaucar a una señora con demasiadas joyas y demasiado tonta para darse cuenta de que le están vendiendo una imitación. Transcurren unos diez minutos y ya no siento a nadie tras mis pasos. Otros quince minutos y ya puedo asegurar que he despistado a quien me perseguía. Enfundada en mi preciosa capa nueva giro a la derecha, tomando una apetitosa manzana roja y brillante de un puesto que estaba cerrando por hoy. Voy a darle el primer bocado cuando veo algo por el rabillo del ojo. Lanzo la manzana a unos centímetros de mi mano y echo la cabeza hacia atrás. Un golpe. Dirijo mi mirada a la pared y ahí está, mi preciosa manzana atravesada por una daga de oro y clavada a una puerta. Miro hacia el callejón, con la barbilla alta dispuesta a darle una buena patada a quien me ha estropeado la cena. Entonces es cuando le veo. Sangre y oro. El Sargento Blood.

Capítulo 4

-Oiga, Sargento, hay muchas formas de pedir una cita. No tenía por qué seguirme por los tejados, le quita romanticismo- digo, irónica, acercándome a él.
El Sargento Blood sigue apoyado en la acera opuesta, estoico. Es decepcionante que sea tan frío con lo guapo que es. En fin, nadie es perfecto.
-Lyx, tenemos que hablar sobre cómo vamos a organizarnos mañana. Debemos proteger a Rothian.
-¿Cómo te llamas? Me niego a llamarte 'sargento Blood'.- sonrío al ver que, por una milésima de segundo, rompo su máscara. No esperaba que hiciera caso omiso a su pregunta.
-Eso es irrelevante.
-Muy bien, espero que seas capaz de estar en varios sitios a la vez porque mañana no vas a verme por las calles.
-Vives en las calles. Eres huérfana. No tienes donde caerte muerta.
Eso me duele. Mucho. Me giro furiosa hacia él y me acerco mucho, quizás demasiado y le empujo contra la pared.
-Mira, sargento de tres al cuarto. Puede que no tenga donde caerme muerta pero al menos tengo un nombre que me dieron mis padres y que no me importa revelar a los demás. Tú eres solo alguien huraño, repelente e insoportable. No vuelvas a acercarte ni a mí, ni a los demás huérfanos. Creo que he sido lo suficientemente clara. Buenas noches, Sargento Blood.
-No sé mi nombre- Su voz suena ronca, muerta.
Me paro pero no vuelvo mi cabeza.
-La cocinera de la Reina me encontró en uno de los jardines de palacio cuando tenía poco menos de un año. Ella me crió y me convertí en parte de la Guardia. Me llamó Blood. No tengo nombre ni apellidos. No sé quiénes son mis padres ni por qué me abandonaron.
Me giro hacia él, con los ojos llorosos, piadosos.
-¿Qué ocurre, Lyx? ¿te cuentan una historia triste y desaparece tu enfado? ¿Y si era mentira? ¿Y si me lo he inventado todo?- su voz está bañada en amargura.
-No lo harías.
-¿Por qué crees eso?
-Porque ahora mismo pareces un niño desamparado, como lo he sido yo desde los ocho años.
Silencio. Ambos nos mantenemos la mirada hasta que él, por primera vez, sonríe tímidamente; una media sonrisa que me invita a que le acompañe. Entramos en un local lleno de obreros hartos de trabajar y que no son capaces de estar en casa sin discutir con sus esposas. Hay varias camareras ligeras de ropa capaces de evitar a los hombres de mil maneras diferentes. Las jarras de espumosa cerveza abundan en la larga barra. Hay veinte mesas circulares y una escalera que lleva a un reservado poco iluminado que, sinceramente, no quisiera visitar. El bar está bañado por una luz anaranjada que contrasta con la oscuridad de la noche. El sargento Blood y yo tomamos asiento en una mesa apartada y cerca de la ventana. Se acerca un hombre de mediana edad, orondo, calvo y con un colmillo de oro. Pedimos dos jarras de cerveza.
Permanecemos en silencio. Él mirándome a mí y yo, consciente de ello, mirando fijamente la palidez de la luna. Una vez que el camarero trae las bebidas. Comienzo a hablar.
-Acepto ayudarte, ¿cómo lo hacemos?
-Había pensado que tú te ocuparas de la parte sur de Arala y yo de la zona norte. Nos encontraremos a mediodía, que es cuando comienza a haber más revuelo, frente al Palacio de la Reina.
-Me parece bien, ¿y qué hago si veo algo extraño?
-Para eso tengo ésto- dice mientras me tiende una perla negra.
-¿Y qué hago con ésto?, ¿juego a las canicas?
Él sonríe y me siento feliz por ser yo la causante de su sonrisa.
-No, es un pendiente con un transmisor. Yo tengo otro idéntico -gira la cabeza para mostrarme su oreja izquierda-. El tuyo es el derecho, pruébatelo.
Me lo pongo. Acto seguido, él se levanta y se va a la otra punta del local. Yo, imaginando que lo hace para comprobar que, en efecto, podemos comunicarnos a distancia sin problemas, me quedo sentada bebiendo un trago de fría cerveza.
-Funcionan perfectamente, gracias Sargento Blood.
Me mira. Es realmente incómodo.
-¿Te ha dado un derrame cerebral o lo de quedarte mirando fijamente es un hábito en ti?
-Llámame Ishtral.
-¿Perdón?
-Solo me llama Blood mi madre adoptiva, la cocinera de Palacio, y Sargento Blood, la gente en quien no confío. Llámame Ishtral, me gusta ese nombre. En la antigua lengua de Arala significa “sin nombrar”. Para mí, significa que, aunque no tenga nombre, precisamente por eso puedo tener todos los que quiera. Significa que aún tengo la oportunidad de encontrar uno propio.
Él ya no está serio ni carente de emociones, el oro que tiñe sus ojos es vivo y cálido. Éste es el verdadero Sargento Blood, éste es Ishtral.
-Ishtral... -susurro- Me gusta. ¿Quiere decir eso que confías en mí? No me conoces aún.
-Lo sé. Aún así presiento que puedo confiar en ti.
-Craso error.
-Eso también lo sé. Hasta mañana, Lyx.
-Hasta mañana, Ishtral.
Nos separamos en la puerta, nos giramos a la vez y ninguno mira hacia atrás. Ha sido un día extraño y una noche perfecta.

Capítulo 5

Camino sola por la zona sur de Arala, la zona pobre. La única luz guía es la de la luna. Todos los aralios temen caminar solos incluso de día por aquí. A mí, en cambio, me encanta. No tengo nada que temer. Es éste mi Reino a pesar de no ser de oro y brillantes, sino de ladrillo sucio, piedra y cristales rotos. Es ésta mi gente, aunque no sean hombres que se mesan el abundante bigote y mujeres vestidas con las mejores telas, sino huérfanos, borrachos, prostitutas y mentirosos de la peor calaña.
Camino segura y empiezo a oír voces que ensucian el silencio de la noche. Pasos agitados que tropiezan en los adoquines rotos de las callejuelas. Y la dulce voz de un niño de nueve años que me llama ansioso por verme. Es la voz de Pete. Mi hermano.
-¡Lyx!, ¡¿dónde has estado?!, ¡estaba muy preocupado!- viene lloriqueando a mis brazos.
-Estoy bien, Pete. No seas llorica, renacuajo.
-No soy llorica. Tonta.
Ambos reímos y pronto nos vemos rodeados por nuestra Guardia Real: todos los huérfanos de Arala. De repente estalla una nube de preguntas acerca de dónde, con quién, cómo... En definitiva, un interrogatorio sobre si me han hecho algo “los Bobos Reales”, que es como ellos llaman a la Guardia Real. La próxima vez que vea a Ishtral (mañana), le diré que es el Bobo Real por excelencia.
Nos dirigimos todos a nuestro pequeño mundo de casuchas en ruinas y fogatas aquí y allá. Nos dirigimos a nuestro hogar, que no es otro que un barrio mugriento y medio derruido, abandonado por todos salvo por nosotros.
Allí soy algo así como la hermana mayor de todos, no solo de Pete. Los llevo a todos a sus camas hechas de colchones y mantas viejas que hemos robado. Les beso la frente. “Buenas noches, pequeñajos”, pienso con cariño, “nadie va a haceros nada mañana, ni a vosotros ni a nadie”.
Subo unas viejas escaleras de caracol que llevan en pie desde antes de la coronación de Su Majestad. Arriba me espera Pete, con sus ojos marrón chocolate, su naricilla respingona y unas orejas quizá demasiado grandes, pero que adoro.
-No lo entiendo, Lyx.
-¿El qué no entiendes?
-No entiendo cómo te ha liberado tan pronto la Guardia. Además pareces preocupada pero a la vez, contenta. No te entiendo.
No quiero contarle nada, querrá ayudar y me niego a ponerlo en peligro. Intento llevar la conversación por otros derroteros.
-¿No me entiendes a mí, o a la pequeña Luy?- él se ruboriza y muerde el anzuelo. Perfecto, ya no preguntará más sobre mi detención.
-Es que no hay quien entienda a las mujeres. ¡Un sí significa no y un no significa sí, a no ser que en verdad signifique no! Así es imposible acertar con vosotras. Hoy le he cogido de la mano y me ha dejado, le he besado la mejilla y me ha dejado, le he intentado besar en la boca y me ha abofeteado. Son señales contradictorias.
-Quizás quiere un poco más de romanticismo, ¿no?
Pete hace un gesto de náuseas e imagino que Ishtral pensará lo mismo que mi hermanito sobre todo lo relacionado con el amor.
-Quizás es tonta.
-A ver si el tonto vas a ser tú, que no te enteras de nada. Anda, a la cama y mañana sigues quejándote del misterio femenino. Buenas noches, renacuajo.
Aunque de mala gana, Pete me obedece y se oculta entre las sábanas.
-Buenas noches, gruñona.- enfatiza la frase sacando la lengua.
Yo le respondo de la misma forma.
No pasa mucho cuando siento que la respiración de Pete se hace monótona y tranquila. Yo, en cambio, no paro de dar vueltas en la cama. Decido subir al tejado a tomar el aire. Siempre lo he hecho desde que murieron mis padres. El tejado ha sido mi refugio, el único lugar donde me he permitido llorar.
Allí, me sumerjo en mis pensamientos: la Reina y el peligro que corre mañana, lo que podría pasarnos a todos si Su Majestad fuera asesinada, la pobre princesa Rothian. También recuerdo lo vivido hoy: la detención, el dilema amoroso de Pete, Ishtral... A pesar de la brisa primaveral me recorre un escalofrío. Una chaqueta cae del cielo y me cubre los hombros. Miro hacia arriba y veo las manos que me han prestado la prenda de abrigo: Jake.
Jake es mi mejor amigo, hemos estado juntos literalmente desde que nacimos: nuestras madres dieron a luz el mismo día. Su madre murió al nacer él y su padre huyó cuando Jake tuvo siete años. No fue un buen hombre ni un buen padre. Lo único que aterra a mi amigo es convertirse en alguien como su padre, pero es un gran chico: protector, dulce, atractivo... Sé que él está enamorado de mí desde hace años, no deja que se me olvide, pero no puedo corresponderle.
-¿Qué tal entre rejas?, dicen que la cárcel es casi mejor que los aposentos reales- dice con sorna.
-Pues confirmo esos rumores: los bultos del colchón masajeaban mi espalda, la poca luz ha hecho que agudice la vista y la comida, digna de un rey de reyes.
Él estalló en carcajadas.
-Eres única Lyx, por eso te...-empieza a decir.
-No empieces que te tiro del tejado- corto sonriendo.
-Mensaje captado.
Permanecemos unos instantes callados.
-Lyx, confías en mí, ¿verdad?
-Por supuesto.
-Entonces dime la verdad, qué ha pasado hoy.
Bajo los ojos y, retorciendo mis dedos para liberar la tensión acumulada, se lo cuento todo. Bueno, casi todo, a Ishtral me refiero como el sargento Blood y no le menciono nada sobre nuestra particular carrera sobre los tejados. Para él, mi día acabó una vez que salí de Palacio.
-Te ayudaré.
-No.
-Sí.
-Jake, no tengo ganas de jugar a ésto.
-Ni yo de que mañana te pases el día persiguiendo sola a alguien que, como se aburre, pues se entretiene desmembrando guardias.
-No estaré sola.
-No, estará contigo un Bobo Real que no conoces.
-Confío en ese Bobo Real.
-¿Más que en mí?
-Sabes que no. Por favor Jake, no insistas.
Le miro a los ojos y sé que él ya ha tomado su decisión. Va a venir.
-De acuerdo- digo suspirando.
-¡Gracias! -sonríe- Me has ahorrado perseguirte por los tejados.
-Oh vamos, sabes que no serías capaz.
-Cállate. Sí que sería capaz.- añade fingiendo estar enfadado.
Le beso la mejilla y me voy a dormir. Mañana será un día muy largo.


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