Etiquetas

lunes, 30 de mayo de 2016

Capítulos 6, 7 y 8

Capítulo 6

Los primeros rayos del sol se cuelan entre las rasgadas cortinas que cubren la ventana de mi casucha. Pete sigue dormido plácidamente. Es muy temprano, calculo que las cinco y media o las seis de la mañana. Perfecto. Me dirijo al río que recorre los arrabales de Arala, cuya agua helada es cristalina, y me hundo en él. Bajo la corriente, empiezo a recordar los sucesos del día anterior y pienso sobre lo que debo de hacer hoy. Pienso también en Ishtral. Es un hombre un tanto peculiar pero una vez que derrumbas los muros tras los que se esconde, no está tan mal. Salgo del agua con energías renovadas. Me enfundo en mis pantalones de cuero negro. Me abrocho la blusa naranja y cepillo mi media melena oscura. El último e imprescindible accesorio es la perla negra que me dio anoche Ishtral. Una vez lista, es hora de ir a por el desayuno.
Caminando por la calle principal observo que algunos puestos de dulces, pan, fruta y verdura fresca y pescado están comenzando con su actividad diaria. Un abanico de posibilidades para desayunar. ¿Qué preferirán los chicos hoy?
-Oiga señor.
-Buenos días señorita, es usted madrugadora por lo que veo.
-Mucho. Sinceramente me encanta pasear con el fresco de la mañana.
-Opino como usted, muchacha, ¿desea algo? Permítame que le recomiende esos bocados de hojaldre y mermelada. Recién hechos. Son una auténtica delicia.
Es un hombre de unos treinta años, con una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos de color verde muy claro, brillantes. Muy guapo y simpático. Casi me da pena timarle. Casi.
-¿Cuánto cuestan?
-Dos de ellos, seis crolls.
-Mmmm... me parece un poco caro para algo tan pequeño, que cuando quieres saborearlo, ya te los has tragado hace rato -empiezo a decir fingiendo consternación-. Por otra parte, se ven grumosos, pareciera que te vas a cascar un diente con el primer bocado. Hay zonas sin nada de mermelada y otras excesivamente rellenas. Muy empalagosos, y eso que todo lo que le digo es a simple vista... no quiero ni pensar cuando los pruebe y llore por mis seis crolls absolutamente desperdiciados.
El hombre se queda sin habla momentáneamente. Empieza a sentirse insultado cuando critico sus pasteles.
-Oiga señorita, usted no ha probado ninguno...
-Ni falta que hace, gracias. ¿Cuánto cuestan aquellos de allí? Al menos esos parecen más... comestibles.
-Ah no, usted no va a insultar mi obra maestra, mis bocaditos de hojaldre y mermelada, sin siquiera haberlos probado. Coja uno. Vamos.
-Señor, con todos mis respetos, no me apetece que mis hermanos y yo estemos indispuestos, y más hoy, que es el Día Nacional.
-¡Pero bueno! ¿se está oyendo? ¡ésto es todo un insulto! Le pido por favor que pruebe uno. Es más, llévese cuatro más, para que sus hermanos lo prueben y mañana vengan a darme las gracias por hacer tan delicioso manjar.
-Bueno, si insiste... Pero va a obligarme a pagar algo que no quiero comprar.
-Lléveselo. No me debe nada. Es mi honor como pastelero lo que está en juego.
-De acuerdo, haremos un esfuerzo. Esto... gracias.
-¡Menuda juventud! ¡Que parecen grumosos y empalagosos dice! Anda, cójalos y mañana me dice.
-Vale, vale, siento lo que he dicho si le ha supuesto una ofensa. Gracias.
Y diciendo ésto me despido. Perfecto, ya tengo bollos gratis, ¡y tienen una pinta impresionante!
Repito la jugada en un par de tenderetes más y, en solo una hora, tengo un desayuno riquísimo para todos los huérfanos y para mí. El día está empezando bastante bien aunque siento una punzada de nerviosismo al pasar frente al lugar donde ayer Ishtral me lanzó la daga. Aunque para todos hoy sea un día de celebración, para mí no lo es tanto.


Capítulo 7

-Llegas tarde.
Ishtral está tieso como un palo en la escalinata de entrada a palacio, con los brazos cruzados y una expresión de pocos amigos que no me gusta nada.
-Llego tres minutos tarde. Y no pongas esa cara de querer matar a alguien, necesitas un buen...
-¿Quién es ése? -me corta señalando con el mentón a Jake, que está justo a mi lado.
-Él es...
-Soy Jake- me interrumpe mi amigo.
-¿Y qué hace aquí, Lyx?
-Jake se ofreció a...
-Vengo a ayudarla, ¿algún problema, sargento?- Jake vuelve a dejarme con la palabra en la boca.
-¡Callaos los dos!, el que vuelva a interrumpirme va a acordarse de mí. ¿Entendido? -huelga decir que odio que no me dejen hablar- Ishtr... Sargento Blood, Jake es mi amigo y quería ayudarme. No le he dicho que no. Tú ve a la zona norte como teníamos previsto, Jake irá por la parte sur y yo seguiré muy de cerca el desfile por los tejados de la Calle de la Reina. ¿Alguna objeción?
-Ninguna- me contesta Jake. Miro a Ishtral que, a modo de asentimiento, hace una reverencia burlesca y susurra “a sus órdenes, alteza” con su característica media sonrisa.
El sargento Blood (como le llamo cuando está Jake delante) se encamina con pasos firmes hacia su zona designada y pronto se pierde entre el gentío.
Jake y yo caminamos juntos hacia la parte sur de Arala. Quería que Jake vigilara esa zona puesto que así podría cuidar de los huérfanos. De Pete.
-Ese sargento es un impresentable.
-Tú tampoco has sido muy sociable que digamos...
-¿Vas a ponerte de su parte, Lyx?
-¿Ahora hay dos partes, Jake?
-No sé que te pasa con él. Todo lo que hace o dice está bien y confías plenamente en él habiéndolo conocido ayer- estaba molesto.
-No he dicho en ningún momento que confíe a ciegas en él.
-No, pero sé que lo haces.
Me muerdo la lengua, no tengo ganas ni tiempo de calmar el infantil arrebato de celos de Jake.
-Yo ya me separo aquí. Luego nos vemos.
-Me gusta como zanjas las discusiones. Simplemente te vas.
-Aquí el único que está discutiendo eres tú.
Y tras decir eso, me encaramo a un muro medio derruido y agarro una cornisa. Me balanceo hacia adelante y hacia atrás y, con una pequeña voltereta, ya estoy en uno de los tejados. Veo a Jake alejarse con los hombros caídos y el ceño fruncido. “Qué pesado es a veces” pienso.
Desde aquí arriba puedo verlo todo a la perfección. La calle principal es una explosión de vida y color. No hay esquina de Arala en la que no suene la música: una orquesta desacompasada de guitarras, flautas enormes, cajas huecas que marcan el ritmo, palmas, voces (algunas más afinadas que otras), bailes...
Todos los establecimientos están abiertos y todos y cada uno de los aralios lleva puesta su mejor sonrisa. Los niños corren por las calles, las parejas se besan, los ancianos ríen con jarras de cerveza y cuentas anécdotas del pasado. Muchos jóvenes hacen piruetas en el aire con las mochilas que usamos para volar. Cometas de todos los colores nadan entre las nubes. Los árboles están adornados con luces brillantes y las grandes hojas blancas filtran la brisa haciéndola sonar como un oboe. Muchos van disfrazados y otros tantos, corretean con zancos. No entiendo nada de lo que dicen pues es una algarabía de gritos, risas, canciones. Sonrío, es impensable que en un día como hoy pase algo malo. Tengo un buen presentimiento.

Capítulo 8

Medianoche. Suena un coro de trompetas anunciando el discurso de la Reina. “atenta, Lyx” me dice Ishtral a través del pendiente-transmisor. Ya sé que debo estar especialmente alerta ahora pero nada había sucedido desde que empezaron los festejos a eso de las cuatro de la tarde. Me siento bastante segura, la verdad.
Estoy en el tejado de una enorme posada situada justo en frente del escenario construido para que la Reina se dirigiera a todos nosotros. Miro hacia la derecha y veo a Jake, mirando hacia todas direcciones y, cerca de él se encuentran todos los niños. Pete es el que está más inquieto, me pregunto qué le habrá dicho Jake para explicar mi ausencia. Miro a la izquierda y veo apoyado en una esquina a Ishtral, como siempre, impasible. Lleva una capa negra para ocultar su uniforme y su arma. El color de la capa, tan oscuro, resalta sus ojos hipnotizantes.
-Te aseguro que yo no voy a matar a Su Majestad así que deja de mirarme y espabila Lyx- la voz de Ishtral atraviesa el pendiente y perfora mi oído.
Me ha visto. Un leve rubor empieza a teñir mis mejillas.
-Déjame en paz, oh gran sargento Blood -contesto en voz baja.
Como respuesta únicamente oigo un sonido que creo que es una risa ahogada.
Un ruido ensordecedor de aplausos llena el espacio. La Reina acaba de subir al escenario. Con su elegante caminar y su velo de plata cubriéndole la cara está imponente. Levanta la mano y todo es silencio. El mundo se para por un momento y eleva su suave voz. Vuelvo a sentir la misma sensación de sumisión y entrega. Todos los aralios se doblan en una reverencia. Parecería magia pero puedo asegurar que la sola presencia de esa mujer hace que nazca el deseo de servirla y quererla.
A su lado y un poco más atrás, se encuentra la princesa Rothian. Alta y delgada como su madre. Al igual que ella, también lleva el rostro cubierto por un velo pero el suyo es de gasa azul. Tiene las manos entrelazadas por delante y le tiemblan un poco: está nerviosa. Puede que sepa algo sobre el posible atentado contra la vida de su madre y esté asustada. Sería lo más normal.
Su Majestad eleva la voz dando inicio a un emotivo discurso en el que agradece la lealtad de todos los aralios; su amor y devoción hacia ella y hacia Arala. Explica sus planes sobre el país y habla de algunos temas menos relevantes para amenizar la perorata. Sabe el peligro que corre y aún así es capaz de bromear con sus súbditos. La admiro.
Me siento relajada y estoy concentrada en su voz hasta que percibo una luz por el rabillo del ojo. Al principio solo es ligeramente molesta e intermitente por lo que pienso que proviene de alguna de las pequeñas lámparas que adornan los arboles. No para, y ahora está más cerca. Las luces de los árboles no se mueven. Giro sobre mí misma y me arrastro al tejado contiguo. Ya no presto atención a la Reina, solo a esa luz intermitente. La vuelvo a ver aún más cerca y me muevo sigilosamente hacia ella. Me coloco a gatas sobre una pequeña azotea y descubro con miedo que la luz proviene de los destellos de las antorchas sobre la punta de una flecha que va dirigida a Su Majestad. No distingo al arquero puesto que va enfundado en un traje negro y está escondido en el hueco ensombrecido que forman dos tejados. Estoy demasiado cerca de él como para decirle algo a Ishtral. Me tiemblan las piernas y los labios se me secan. Siento la lengua como una bola amorfa dentro de la boca. Las manos heladas y la adrenalina corriendo por mis venas. Estoy paralizada.
-“Por último, quiero hacer saber a éste, mi pueblo, que he elaborado un plan para reducir el número de huérfanos en las calles. Quiero que esos niños reciban la educación pertinente y no tengan que robar cada mañana para tener algo que llevarse a la boca”
¿Qué hace la Reina hablando ahora de los niños?” pienso, superada por la situación. El arquero sigue inmóvil pero tensa la cuerda. Los chicos, sintiéndose elogiados por los comentarios de Su Majestad se acercan mucho al escenario, Pete encabeza el grupo. Demasiado cerca. “Maldita sea Jake, debías protegerlos” pienso con rabia. Mi amigo está embelesado mirando a la princesa Rothian y escuchando el discurso. No se da cuenta de nada. Si me muevo puedo hacer que no solo corra peligro la vida de la Reina, sino también la de Pete y la de los demás. Las lágrimas pugnan por salir quemándome las mejillas. Araño la pared hasta que me sangran las puntas de los dedos. Tengo miedo. Mucho miedo. No sé qué hacer.
Aplausos. Ha acabado el discurso. Veo el resplandor de la punta de la flecha y distingo una sonrisa del arquero que hiela mi sangre. Tensa el arco. Se mueve. Agachado para que nadie advierta su presencia.
Muévete, muévete, muévete. Eres una inútil Lyx, haz algo de una vez” es el pensamiento que rebota en mi mente y que la va a hacer estallar.
Apunta. No. No. No. Pete...
-¡CUIDADO! -grito a pleno pulmón abalanzándome sobre el arquero que no se lo esperaba. Ishtral mira hacia arriba y corre. Jake hace lo mismo. La Guardia Real forma un cordón protector alrededor de Rothian (quien grita hasta desgarrarse la voz) siguiendo las órdenes de Su Majestad. La gente huye despavorida. Una avalancha humana destroza las calles en el día más feliz del año.

En el tejado, forcejeo con aquella figura sin rostro y sin nombre. Es muy fuerte a pesar de que yo contaba con el elemento sorpresa. Me agarra del pelo y golpea mi sien derecha contra las tejas. Un hilo de sangre llega hasta mis labios mientras que un pinchazo de dolor relampaguea en mi cabeza. Intento resistirme pero ese hombre me da un rodillazo en el abdomen. Mareada me caigo del tejado con la suerte de rebotar sobre uno de los toldos de las tiendas. Para mi cabeza embotada todo es ajeno. Veo con los ojos nublados que el misterioso asesino tensa la cuerda dirigiendo su arco hacia la Reina que pide por favor que protejan a su hija. La flecha araña el aire. La muerte dibujada en sus ojos. Impacta.

Safe Creative #1510265626161

jueves, 26 de mayo de 2016

Arala (capítulos 2, 3, 4 y 5)

Capítulo 2

Sigo a Su Majestad por los intrincados y laberínticos pasillos del Palacio de Arala, la residencia de La Reina. Las paredes están adornadas con hermosos cuadros. El suelo brilla como el lucero. Los torreones son más altos que las nubes y el edificio en sí es el más bello de todo el país. Al fin, llegamos a los aposentos de Su Majestad. Abre la puerta con una llave que llevaba colgada de su pálido cuello. Al entrar, la luz me ciega. Las cortinas violáceas ondean bailando con el viento y permite la entrada de los rayos del sol de mediodía.
La cama es circular y está llena de almohadones de mil colores. Una de las paredes está cubierta por una estantería rebosante de libros de temas que ni siquiera sabía que existían. Las paredes son de color violeta. Junto al enorme ventanal, hay una mesa de madera muy oscura rodeada por cuatro sillas del mismo material. Sobre ella hay una tetera de porcelana y dos tazas llenas de humeante té con olor a frutos rojos. Es como si nos hubieran estado esperando. Junto a la tetera hay una bandeja llena de dulces.
-Siéntate, Lyx.
-Sí, Majestad.
Me siento a su lado y ella, con parsimonia, levanta el velo plateado que cubría su rostro. Ese gesto jamás lo hace en público y pocos son los aralios que le han visto la cara a la reina; ahora yo soy una de esos privilegiados. Me quedo mirando su cara. Los rizos de color miel se precipitan por sus hombros. Su cara es mucho más juvenil de lo que aparenta ser con el velo. Su ojo derecho es verde oliva y el izquierdo, violeta; a juego con la habitación. No sé que decir.
-¿Te asusta mi heterocromía?- su voz es menos grave aunque igual de aterciopelada. Supongo que antes fingía tenerla más ronca para causar una mayor impresión en sus súbditos.
-Su... ¿Su qué?
-Que tenga un ojo de cada color.
-Majestad, es un honor que se preocupe por el sino de alguien como yo. No es que me asuste, es solo que nunca lo había visto antes, y eso que ésto es Arala- veo una breve sonrisa en sus labios. Sigo hablando-. Además, he visto otros ojos antes que me han resultado mucho más inquietantes...
Mi cuerpo está rígido y sigo actuando de forma servil. Soy consciente de ello y, a la vez, completamente incapaz de remediarlo. La Reina se acomoda en la silla centrando su atención en mí.
-Lyx, ¿sabes por qué me he saltado las normas contigo?
-Majestad, es un honor que se preocupe por el sino de alguien como yo. En respuesta a su pregunta he de confesar que no; no sé por qué yo, una ladrona, he captado su atención.
-Bueno, tengo entendido que no eres una ladrona cualquiera, eres la Reina. La mejor y más rápida. La más escurridiza, dicen. Eres la Reina de los pobres y de los huérfanos. La Reina de los bajos fondos.
-Así suelen llamarme, Majestad, y mentiría si dijera que no me enorgullezco de ello.
-Eso pensaba, pequeña Lyx, ¿Qué pensarías si te necesitara precisamente por eso?
-Majestad, es un honor que...- empiezo a recitar como siempre.
-Sáltate los formalismos. Contesta.- me corta ella.
-Pensaría que para lo que requiere mis trabajos no es precisamente un asunto sobre modales en la mesa, Majestad.
Ella sonríe mostrando una fila de dientes completamente blancos.
-Correcto, Lyx. Eres inteligente.
-Gracias, Majestad.
-Lyx, voy a explicártelo todo muy claro para minimizar cualquier tipo de duda y, por favor, deja para el final las preguntas. ¿Entendido?
-Sí, Majestad.- digo mientras asiento con una incipiente sensación de malestar.
-Perfecto:
Todo comenzó hace dos meses. La noche del tres de marzo, los motores que mantienen a Arala en el aire se pararon. Hubo unos instantes de desconcierto y pánico hasta que, yo misma, desde esta habitación, pude activar los de emergencia. Al día siguiente, hice un comunicado diciendo que el paro de los motores principales se había hecho con la intención de comprobar la efectividad de los de emergencia y que, si éstos no hubieran funcionado, nada habría sucedido puesto que habríamos vuelto a encender los principales. Si te soy sincera, Lyx, si los de emergencia no hubieran funcionado... no estaríamos hablando ahora mismo. Seríamos un cráter en el suelo. Una tragedia. Cuando envié a los mecánicos a revisar ese 'fallo técnico', éstos encontraron a los guardias masacrados cruelmente, algunos incluso desmembrados. Creo que no hace falta que diga que el mismo que los asesinó fue quien manipuló los motores. Todo con el más absoluto sigilo. Eso fue hace dos meses.
El mes pasado, otra vez el día tres por la noche. Alguien entró en mi habitación, burlando la vigilancia, mientras estaba en una reunión con mis consejeros, rasgó las cortinas, quemó varios libros -todos los que recogían la historia del linaje real, de mi familia-. Acuchilló mi cama y rompió los espejos. Al volver encontré la ventana abierta y se supone que el criminal huyó por allí. Lo que no consigo entender es cómo nadie oyó nada.
Este mes... bueno, al ver tu cara supongo que ya habrás deducido lo que pensamos que va a pasar. Hoy es día dos y mañana es el Desfile Real. Las celebraciones se alargan hasta bien entrada la noche y justo a medianoche debo de cerrar la festividad dando un discurso. No pienses que soy una cobarde, pequeña Lyx. No temo por mi vida pues sé que antes o temprano moriré y en ese caso, mi hija Rothian, asumiría el trono ya que su padre murió hace años; Temo por todos los aralios, que ese día estarán más inofensivos que de costumbre. Joven Lyx, te pido que mañana, estés alerta. Tú controlas las calles mejor que nadie. Conoces a las gentes. Sabes qué piensan y dónde van a divertirse. Te pido que si notas algo raro avises a la Guardia para que protejan a mi preciosa Rothian.”
-¿Y quién va a protegerla a usted, Majestad?- digo a pesar de saber la respuesta.
Ella sonríe dulcemente y sus ojos tristes son más bellos que nunca. No contesta.
-Acepto, mañana vigilaré cada callejón y cada esquina de Arala.- prometo con la voz firme.
-Gracias, pequeña Lyx. En tu tarea he escogido a uno de los mejores guardias para ayudarte puesto que Arala es grande para una sola persona. ¡Adelante, Sargento Blood!
Me giro en redondo, con los ojos casi desorbitados hacia la puerta. Es el primer gesto impulsivo que hago desde que me encarcelaron pero no puedo evitarlo.
Y ahí está él. Con su uniforme azul oscuro y blanco y su pistola ceñida a la cadera. Ahí está él con sus ojos dorados y su pelo color sangre.

Capítulo 3

Salgo a la calle y justo al pisar el último peldaño de la escalinata de entrada al Palacio de la Reina, el embotamiento de mi cabeza desaparece. Respiro hondo. Una vez. Dos. Mi corazón normaliza sus latidos y siento mi sangre fluir más ardiente por mis venas. Vuelvo a ser yo. No sé que ha ocurrido ahí dentro. Si hubiera sido yo misma al menos habría actuado de una forma un poco más altiva ante Su Excelentísima Majestad. Aunque no puedo parar de pensar en lo que ella me ha contado. Lo del boicot de los motores y el asesinato de los guardias así como la intrusión en los aposentos de Su Majestad. Todo ello sin ser visto. Sin que nadie sospechara. No sé quién es el autor de aquello pero sí sé que no es ningún principiante. Sigo caminando por los callejones de Arala cuando oigo unos pasos a mi espalda. Sonrío. “Parece que hoy está siendo un día divertido” pienso. Me giro y, por supuesto, no hay nadie. El sol del atardecer alarga mi sombra haciéndola parecer un espectro.
-¡Sígueme si puedes!- grito a esa presencia anónima que ha estado vigilando mis movimientos desde que salí del palacio.
Comienzo una frenética carrera a través de los callejones de Arala. Giro una esquina, otra, otra más. Salto por encima de bancos y escalo por canalones para seguir mi estimulante carrera por los altísimos tejados negros. Esa sombra que me persigue no se rinde. Bajo de un tejado saltando con una pirueta por la que deberían darme un premio. He llegado a la Calle de la Reina. Ya está empezando a oscurecer pero aún hay la suficiente gente como para borrar mi rastro. Cojo una larga capa verde oscura de un pequeño puesto mientras el vendedor intenta embaucar a una señora con demasiadas joyas y demasiado tonta para darse cuenta de que le están vendiendo una imitación. Transcurren unos diez minutos y ya no siento a nadie tras mis pasos. Otros quince minutos y ya puedo asegurar que he despistado a quien me perseguía. Enfundada en mi preciosa capa nueva giro a la derecha, tomando una apetitosa manzana roja y brillante de un puesto que estaba cerrando por hoy. Voy a darle el primer bocado cuando veo algo por el rabillo del ojo. Lanzo la manzana a unos centímetros de mi mano y echo la cabeza hacia atrás. Un golpe. Dirijo mi mirada a la pared y ahí está, mi preciosa manzana atravesada por una daga de oro y clavada a una puerta. Miro hacia el callejón, con la barbilla alta dispuesta a darle una buena patada a quien me ha estropeado la cena. Entonces es cuando le veo. Sangre y oro. El Sargento Blood.

Capítulo 4

-Oiga, Sargento, hay muchas formas de pedir una cita. No tenía por qué seguirme por los tejados, le quita romanticismo- digo, irónica, acercándome a él.
El Sargento Blood sigue apoyado en la acera opuesta, estoico. Es decepcionante que sea tan frío con lo guapo que es. En fin, nadie es perfecto.
-Lyx, tenemos que hablar sobre cómo vamos a organizarnos mañana. Debemos proteger a Rothian.
-¿Cómo te llamas? Me niego a llamarte 'sargento Blood'.- sonrío al ver que, por una milésima de segundo, rompo su máscara. No esperaba que hiciera caso omiso a su pregunta.
-Eso es irrelevante.
-Muy bien, espero que seas capaz de estar en varios sitios a la vez porque mañana no vas a verme por las calles.
-Vives en las calles. Eres huérfana. No tienes donde caerte muerta.
Eso me duele. Mucho. Me giro furiosa hacia él y me acerco mucho, quizás demasiado y le empujo contra la pared.
-Mira, sargento de tres al cuarto. Puede que no tenga donde caerme muerta pero al menos tengo un nombre que me dieron mis padres y que no me importa revelar a los demás. Tú eres solo alguien huraño, repelente e insoportable. No vuelvas a acercarte ni a mí, ni a los demás huérfanos. Creo que he sido lo suficientemente clara. Buenas noches, Sargento Blood.
-No sé mi nombre- Su voz suena ronca, muerta.
Me paro pero no vuelvo mi cabeza.
-La cocinera de la Reina me encontró en uno de los jardines de palacio cuando tenía poco menos de un año. Ella me crió y me convertí en parte de la Guardia. Me llamó Blood. No tengo nombre ni apellidos. No sé quiénes son mis padres ni por qué me abandonaron.
Me giro hacia él, con los ojos llorosos, piadosos.
-¿Qué ocurre, Lyx? ¿te cuentan una historia triste y desaparece tu enfado? ¿Y si era mentira? ¿Y si me lo he inventado todo?- su voz está bañada en amargura.
-No lo harías.
-¿Por qué crees eso?
-Porque ahora mismo pareces un niño desamparado, como lo he sido yo desde los ocho años.
Silencio. Ambos nos mantenemos la mirada hasta que él, por primera vez, sonríe tímidamente; una media sonrisa que me invita a que le acompañe. Entramos en un local lleno de obreros hartos de trabajar y que no son capaces de estar en casa sin discutir con sus esposas. Hay varias camareras ligeras de ropa capaces de evitar a los hombres de mil maneras diferentes. Las jarras de espumosa cerveza abundan en la larga barra. Hay veinte mesas circulares y una escalera que lleva a un reservado poco iluminado que, sinceramente, no quisiera visitar. El bar está bañado por una luz anaranjada que contrasta con la oscuridad de la noche. El sargento Blood y yo tomamos asiento en una mesa apartada y cerca de la ventana. Se acerca un hombre de mediana edad, orondo, calvo y con un colmillo de oro. Pedimos dos jarras de cerveza.
Permanecemos en silencio. Él mirándome a mí y yo, consciente de ello, mirando fijamente la palidez de la luna. Una vez que el camarero trae las bebidas. Comienzo a hablar.
-Acepto ayudarte, ¿cómo lo hacemos?
-Había pensado que tú te ocuparas de la parte sur de Arala y yo de la zona norte. Nos encontraremos a mediodía, que es cuando comienza a haber más revuelo, frente al Palacio de la Reina.
-Me parece bien, ¿y qué hago si veo algo extraño?
-Para eso tengo ésto- dice mientras me tiende una perla negra.
-¿Y qué hago con ésto?, ¿juego a las canicas?
Él sonríe y me siento feliz por ser yo la causante de su sonrisa.
-No, es un pendiente con un transmisor. Yo tengo otro idéntico -gira la cabeza para mostrarme su oreja izquierda-. El tuyo es el derecho, pruébatelo.
Me lo pongo. Acto seguido, él se levanta y se va a la otra punta del local. Yo, imaginando que lo hace para comprobar que, en efecto, podemos comunicarnos a distancia sin problemas, me quedo sentada bebiendo un trago de fría cerveza.
-Funcionan perfectamente, gracias Sargento Blood.
Me mira. Es realmente incómodo.
-¿Te ha dado un derrame cerebral o lo de quedarte mirando fijamente es un hábito en ti?
-Llámame Ishtral.
-¿Perdón?
-Solo me llama Blood mi madre adoptiva, la cocinera de Palacio, y Sargento Blood, la gente en quien no confío. Llámame Ishtral, me gusta ese nombre. En la antigua lengua de Arala significa “sin nombrar”. Para mí, significa que, aunque no tenga nombre, precisamente por eso puedo tener todos los que quiera. Significa que aún tengo la oportunidad de encontrar uno propio.
Él ya no está serio ni carente de emociones, el oro que tiñe sus ojos es vivo y cálido. Éste es el verdadero Sargento Blood, éste es Ishtral.
-Ishtral... -susurro- Me gusta. ¿Quiere decir eso que confías en mí? No me conoces aún.
-Lo sé. Aún así presiento que puedo confiar en ti.
-Craso error.
-Eso también lo sé. Hasta mañana, Lyx.
-Hasta mañana, Ishtral.
Nos separamos en la puerta, nos giramos a la vez y ninguno mira hacia atrás. Ha sido un día extraño y una noche perfecta.

Capítulo 5

Camino sola por la zona sur de Arala, la zona pobre. La única luz guía es la de la luna. Todos los aralios temen caminar solos incluso de día por aquí. A mí, en cambio, me encanta. No tengo nada que temer. Es éste mi Reino a pesar de no ser de oro y brillantes, sino de ladrillo sucio, piedra y cristales rotos. Es ésta mi gente, aunque no sean hombres que se mesan el abundante bigote y mujeres vestidas con las mejores telas, sino huérfanos, borrachos, prostitutas y mentirosos de la peor calaña.
Camino segura y empiezo a oír voces que ensucian el silencio de la noche. Pasos agitados que tropiezan en los adoquines rotos de las callejuelas. Y la dulce voz de un niño de nueve años que me llama ansioso por verme. Es la voz de Pete. Mi hermano.
-¡Lyx!, ¡¿dónde has estado?!, ¡estaba muy preocupado!- viene lloriqueando a mis brazos.
-Estoy bien, Pete. No seas llorica, renacuajo.
-No soy llorica. Tonta.
Ambos reímos y pronto nos vemos rodeados por nuestra Guardia Real: todos los huérfanos de Arala. De repente estalla una nube de preguntas acerca de dónde, con quién, cómo... En definitiva, un interrogatorio sobre si me han hecho algo “los Bobos Reales”, que es como ellos llaman a la Guardia Real. La próxima vez que vea a Ishtral (mañana), le diré que es el Bobo Real por excelencia.
Nos dirigimos todos a nuestro pequeño mundo de casuchas en ruinas y fogatas aquí y allá. Nos dirigimos a nuestro hogar, que no es otro que un barrio mugriento y medio derruido, abandonado por todos salvo por nosotros.
Allí soy algo así como la hermana mayor de todos, no solo de Pete. Los llevo a todos a sus camas hechas de colchones y mantas viejas que hemos robado. Les beso la frente. “Buenas noches, pequeñajos”, pienso con cariño, “nadie va a haceros nada mañana, ni a vosotros ni a nadie”.
Subo unas viejas escaleras de caracol que llevan en pie desde antes de la coronación de Su Majestad. Arriba me espera Pete, con sus ojos marrón chocolate, su naricilla respingona y unas orejas quizá demasiado grandes, pero que adoro.
-No lo entiendo, Lyx.
-¿El qué no entiendes?
-No entiendo cómo te ha liberado tan pronto la Guardia. Además pareces preocupada pero a la vez, contenta. No te entiendo.
No quiero contarle nada, querrá ayudar y me niego a ponerlo en peligro. Intento llevar la conversación por otros derroteros.
-¿No me entiendes a mí, o a la pequeña Luy?- él se ruboriza y muerde el anzuelo. Perfecto, ya no preguntará más sobre mi detención.
-Es que no hay quien entienda a las mujeres. ¡Un sí significa no y un no significa sí, a no ser que en verdad signifique no! Así es imposible acertar con vosotras. Hoy le he cogido de la mano y me ha dejado, le he besado la mejilla y me ha dejado, le he intentado besar en la boca y me ha abofeteado. Son señales contradictorias.
-Quizás quiere un poco más de romanticismo, ¿no?
Pete hace un gesto de náuseas e imagino que Ishtral pensará lo mismo que mi hermanito sobre todo lo relacionado con el amor.
-Quizás es tonta.
-A ver si el tonto vas a ser tú, que no te enteras de nada. Anda, a la cama y mañana sigues quejándote del misterio femenino. Buenas noches, renacuajo.
Aunque de mala gana, Pete me obedece y se oculta entre las sábanas.
-Buenas noches, gruñona.- enfatiza la frase sacando la lengua.
Yo le respondo de la misma forma.
No pasa mucho cuando siento que la respiración de Pete se hace monótona y tranquila. Yo, en cambio, no paro de dar vueltas en la cama. Decido subir al tejado a tomar el aire. Siempre lo he hecho desde que murieron mis padres. El tejado ha sido mi refugio, el único lugar donde me he permitido llorar.
Allí, me sumerjo en mis pensamientos: la Reina y el peligro que corre mañana, lo que podría pasarnos a todos si Su Majestad fuera asesinada, la pobre princesa Rothian. También recuerdo lo vivido hoy: la detención, el dilema amoroso de Pete, Ishtral... A pesar de la brisa primaveral me recorre un escalofrío. Una chaqueta cae del cielo y me cubre los hombros. Miro hacia arriba y veo las manos que me han prestado la prenda de abrigo: Jake.
Jake es mi mejor amigo, hemos estado juntos literalmente desde que nacimos: nuestras madres dieron a luz el mismo día. Su madre murió al nacer él y su padre huyó cuando Jake tuvo siete años. No fue un buen hombre ni un buen padre. Lo único que aterra a mi amigo es convertirse en alguien como su padre, pero es un gran chico: protector, dulce, atractivo... Sé que él está enamorado de mí desde hace años, no deja que se me olvide, pero no puedo corresponderle.
-¿Qué tal entre rejas?, dicen que la cárcel es casi mejor que los aposentos reales- dice con sorna.
-Pues confirmo esos rumores: los bultos del colchón masajeaban mi espalda, la poca luz ha hecho que agudice la vista y la comida, digna de un rey de reyes.
Él estalló en carcajadas.
-Eres única Lyx, por eso te...-empieza a decir.
-No empieces que te tiro del tejado- corto sonriendo.
-Mensaje captado.
Permanecemos unos instantes callados.
-Lyx, confías en mí, ¿verdad?
-Por supuesto.
-Entonces dime la verdad, qué ha pasado hoy.
Bajo los ojos y, retorciendo mis dedos para liberar la tensión acumulada, se lo cuento todo. Bueno, casi todo, a Ishtral me refiero como el sargento Blood y no le menciono nada sobre nuestra particular carrera sobre los tejados. Para él, mi día acabó una vez que salí de Palacio.
-Te ayudaré.
-No.
-Sí.
-Jake, no tengo ganas de jugar a ésto.
-Ni yo de que mañana te pases el día persiguiendo sola a alguien que, como se aburre, pues se entretiene desmembrando guardias.
-No estaré sola.
-No, estará contigo un Bobo Real que no conoces.
-Confío en ese Bobo Real.
-¿Más que en mí?
-Sabes que no. Por favor Jake, no insistas.
Le miro a los ojos y sé que él ya ha tomado su decisión. Va a venir.
-De acuerdo- digo suspirando.
-¡Gracias! -sonríe- Me has ahorrado perseguirte por los tejados.
-Oh vamos, sabes que no serías capaz.
-Cállate. Sí que sería capaz.- añade fingiendo estar enfadado.
Le beso la mejilla y me voy a dormir. Mañana será un día muy largo.


Safe Creative #1510265626161

lunes, 23 de mayo de 2016

Arala

Bueno, en esta entrada dejo el primer capítulo de mi libro, Arala. Me ha encantado escribirlo y espero que quien lo lea lo disfrute de igual modo. Podría decir muchas más cosas de este pequeño universo "aralio", pero mejor dejar que él mismo se presente. Sin más dilación, os dejo con Arala.


Capítulo 1

No me creeríais si os lo contara. Quizás pensaríais que estoy loca, que la ficción supera a la realidad, pero, ¿sabéis qué? Que no me importa. Bienvenidos a Arala.

Arala es una isla suspendida en un inmenso océano de nubes gracias a unos potentísimos motores que trabajan día y noche para que este pequeño y particular mundo siga flotando como por arte de magia. Está formada por una única ciudad que lleva el nombre de la isla. Las “gentes de abajo”, como nosotros llamamos a todos los que viven en tierra firme -menudo aburrimiento, por cierto- , afirman que los aralios estamos locos. Que la falta de oxígeno por estar a tales alturas nos afecta. Lo más divertido es que quizás tengan razón.
Aquí cada uno es... único, por decirlo de alguna forma. Hay hombres de apenas treinta centímetros de alto y mujeres que miden más de dos metros y medio. No hay ni un solo habitante que tenga el mismo color de pelo que otro. Hay demasiadas tonalidades como para repetir, ¿no? Nos movemos por el aire mediante unas pequeñas mochilas que expulsan chorros de vapor de agua que nos elevan y nos permiten hacer mil piruetas. Los troncos de los árboles son de un rojo sangre precioso y las flores, del tamaño de enormes cometas, son blancas y redondeadas. Cuando llega el invierno, caen esos pétalos formando un manto vegetal que los niños utilizan para disfrazarse. La hierba es suave y densa y se mueve al son de la constante brisa que azota las calles.
Los edificios son altos y de piedra negra, pulida; arañando el sol y robándole destellos irisados. Las calles son larguísimas e increíblemente estrechas excepto la Calle de la Reina, donde se celebra el desfile anual del Día Nacional que es tan ancha que cabrían cien aralios cogidos de la mano y ni siquiera así tocarían las paredes.
No es un país demasiado grande ni demasiado rico. Aún así, es especial, y es mi hogar.
Podría seguir horas y horas hablando de Arala, sin embargo no es un lugar que se pueda describir, es un sitio que hay que ver con los propios ojos.
Por mi parte, me llamo Lyx, la reina de los huérfanos, de los vagabundos, de los farsantes desdentados y de los borrachos de aliento asesino y nariz colorada. En definitiva, conozco cada rincón de este país imposible que navega entre nubes como la palma de mi mano.
Y sin embargo, aquí estoy, una reina hecha y derecha mojada, enfadada y entre rejas.

-¡Eh! ¡Tú! Espabila. Viene Su Majestad. Siéntete afortunada. Nunca viene a visitar a la escoria.
-¿Ah, no? Vaya, entonces fingiré que no tengo ganas de vomitar- digo sonriendo a ese hombre barrigudo y extremadamente feo. El guarda contesta con un gruñido que combina perfectamente con su aspecto de bestia.
Oigo el chirrido de la puerta al abrirse. Pasos y susurros acompañados de gritos de los demás presos y golpes en las rejas para acallarlos por parte de la escolta real.
Me levanto del camastro y me acerco al haz de luz que proporciona el ventanuco dejando a la vista mi esbelta figura, atlética y entrenada gracias a mis huidas de la guardia real por entre los callejones.
Justo en ese momento entra en mi campo de visión un hombre vestido de uniforme. Su pelo es rojo como la sangre. Es muy alto y se intuye que de una gran fuerza. Delgado y, para qué mentir, muy atractivo. Sin embargo, he de admitir que lo que más me llama la atención de él son sus ojos dorados. Brillan amenazadores. Dan miedo en un rostro tan perfecto. De repente me invade una extraña sensación de frío que retuerce mis venas.
Él me está mirando. Sabe el efecto que causa en mí. Sabe el respeto que infunde y creo que eso es aún más terrorífico.
Entonces aparece a su lado una mujer con un velo plateado que le cubre la cara. Lleva un vestido que se ajusta a su figura demasiado delgada. Al momento alza su voz, bastante grave y suave. Todo mi ser se calma. Me da igual lo que ese hombre de ojos de metal y cabello de sangre haga o diga mientras Su Majestad siga imprimiendo ese tono tranquilizador en sus palabras.
-Hola, pequeña.
-Majestad...- digo sumisa y sosegada. Yo no soy así y una parte adormecida y entumecida de mi mente me grita que me rebele. Que no me incline en una perfecta reverencia. Que huya. No puedo.
-¿Cuál es tu nombre?
-Majestad, es un honor que se preocupe por el sino de alguien como yo. Mi nombre es Lyx.
-Lyx, ¿cómo es que una chica tan hermosa y joven está entre rejas?, ¿qué has hecho?
-Majestad, es un honor que se preocupe por el sino de alguien como yo. El delito por el que estoy aquí es que robé alimentos para los huérfanos de Arala.
-Ya veo, a pesar de que tus motivaciones eran buenas, un robo siempre es un robo. Ahora dime, Lyx, ¿por qué tus ropas están empapadas?
-Majestad, es un honor que se preocupe por el sino de alguien como yo. La razón por la que mis ropas están mojadas es porque, al intentar escapar, la guardia evitó mi huida echando un chorro de agua a presión sobre mí.
-¿Y has aprendido la lección, pequeña Lyx?
-Sí, Majestad.
-Sargento Blood. Libérela.
-Con todos mis respetos Majestad, por un robo, la ley dicta que debe pasar cuarenta y ocho horas de retención.
Ella mira al Sargento Blood y el dorado de sus ojos se vuelve aún más vacío si cabe.
-Enseguida la suelto, Majestad.
-Gracias, Sargento.
Él saca las llaves y abre la puerta. Al pasar a su lado nos miramos y me hundo en el oro de sus iris. Me siento muy débil. Me falta el aliento. Él retira la mirada y siento que la presión que oprimía mi pecho se desvanece. ¿Quién es él?
-Lyx, preciosa, sígueme.
-Sí, Majestad.
Sigo sus pasos obedientemente. No intento huir, ni siquiera lo pienso. No me importa seguir rodeada de agentes siempre y cuando esté con ella.

Safe Creative #1510265626161