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viernes, 27 de febrero de 2015

La leyenda del ruiseñor rojo

Entre las páginas apergaminadas de un libro, se narra la historia de un
pequeño ruiseñor.
Nacido entre oro y plata.
Entre sedas orientales, terciopelos y manjares dignos de reyes.
Al frágil ave de cabellos de fuego se le enseñó a cantar
y su voz era la más melodiosa jamás escuchada.
Se le enseñó a bordar
y sus bordados eran los mas bellos jamás vistos.
Se le enseñó a sonreír pasara lo que pasase.
Se le enseñó a saludar con una reverencia perfecta.
Aprendió a bailar como un hada juguetea con la brisa.
Leía como el mejor trovador.
Escribía versos que prendían corazones.
Tales eran los dones de este pequeño y virtuoso ruiseñor que su fama se extendió por tierra, mar y aire.
Caballeros acudían a sus puertas deseosos de protegerla.
El pueblo la adoraba.
Nobles y príncipes morían de amor.
Pero el pequeño ruiseñor era feliz en su nido, no quería volar aún.
Un día en el que la niebla estrangulaba su hogar, las pesadas puertas de madera de roble chirriaron.
Las sirvientas corrían de un lado para otro.
Su madre la obligó a vestirse con tules y rubíes.
Su padre recibía en su casa al águila, rey de las aves.
Bajó el pequeño ruiseñor con su melena rojiza ondeando como una bandera en su espalda.
Al poderoso rey le brillaron las afiladas pupilas al ver el esbelto porte del dulce ruiseñor.
Al acabar la cena, los padres del pequeño ave lloraban orgullosos, el rey águila reía y el tímido pajarillo simplemente ponía la mueca políticamente correcta que había aprendido en su más tierna infancia.
Un desfile de ostentosos carruajes vino a llevarse consigo al valeroso rey y al desamparado ruiseñor, que se veía obligada a dejar su hogar.
La magnifica corte le parecía insulsa, aburrida, monótona.
Un juego que nunca acababa de segundas intenciones e intrigas.
Ahora, el antes lleno de esplendor ruiseñor no era más que un pájaro de cristal en una jaula dorada.
El día de la unión del águila y el ruiseñor ante el mundo entero y ante los dioses fue una tragedia.
Una lluvia de flechas inundó las murallas.
Explosiones y fuego.
Llantos de niños, juguetes rotos.
Los buitres, enemigos voraces y sin corazón de las águilas, habían tomado el castillo.
El bello ruiseñor observó correr la sangre de su rey por el pico de acero del nuevo monarca.
La era de los buitres había comenzado.
Cuando las oscuras pupilas del enorme pajarraco se fijaron en ella la devoraron de arriba a abajo.
El pajarito se estremeció.
Las siguientes, fueron noches violentas entre las blancas sábanas del ruiseñor.
El buitre era rudo, parecía desearla y a la vez odiarla.
El dulce pajarillo no podía más.
Su luz iba extinguiéndose noche tras noche.
Llegó el momento.
Durante la cena, el bello ruiseñor guardó un cuchillo entre las ropas que cubrían su plumaje.
Se perfumó como cada noche.
Se peinó la melena como cada noche.
Y, como cada noche, el gran buitre entró en escena, apestando a sangre, sudor y alcohol.
El enorme ave se acercó al asustadizo pajarito y rozó con su asqueroso pico el suave plumaje.
Ella cayó en el lecho medio muerta y él se posó encima.
El ruiseñor había llegado a su límite y clavó el cuchillo en el desplumado cuello de su “adorado” rey.
El silencio se apoderó del universo.
El frágil ruiseñor lloró sola.
Lavó sus alas sucias.
Rasgó las sabanas que le recordaban sus pesadillas mientras rememoraba su cálido nido allá lejos tras las montañas.
Ya despuntaba el alba cuando una doncella entró en la habitación del valiente ruiseñor.
Allí solo había un cadáver y una ventana abierta de par en par.
La sirvienta gritó y se asomó a la ventana del altísimo torreón:
el desgraciado ruiseñor había volado llevándose consigo las interminables veladas en aquella prisión de piedras preciosas.

Cambió el reino. Cambió el rey. Otra reina ocupaba su trono. Otras leyes regían las vidas de todos.
Ya el mundo olvidó al triste ruiseñor.
No obstante, cuenta la leyenda, que el vuelo del pajarillo nunca tocó tierra.
Se comenta en voz baja y sólo si se sabe escuchar que la melena de fuego del hermoso ruiseñor vive en lo mas profundo del bosque.
Allí canta al río, a los árboles y a las flores.
Allí enseña a bailar a las abejas y a bordar a las arañas.
Allí ha vuelto a encontrar un hogar.
Cuenta la leyenda que el ruiseñor muerto de dolor, renació cuando aprendió a volar y de sus cenizas, se levantó envuelto en llamas.
Cuenta la leyenda que ya no se llama más ruiseñor. Que ahora se llama ave fénix y que su historia será inmortal.



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miércoles, 25 de febrero de 2015

No hay garantía


No existe un mundo sin cristales rotos.
Sin noches demasiado tristes ni inviernos demasiado solitarios.
No existe una vida sin flores marchitas.
Sin espacios en blanco, sin apagones.
No puedes obligar al mundo a sonreír.
Ni a secarse las lágrimas.
Ni a ponerle tiritas a los corazones desgarrados.
No hay garantías de que todo va a salir bien.
Es simplemente un juego de azar.
Un golpe de suerte. Una sola decisión acertada.
No hay garantía de que todo va a salir bien.
Aún así merece la pena arriesgarse.
Salir a la calle mirando el mundo con los ojos de un niño.
Saborear una taza de café caliente como si del último sorbo se tratase.
Abrazar los días que pasan demasiado lento y, a la vez, demasiado rápido.
Correr sin rumbo hasta sentir el pulso como un solo de batería.
Reír hasta que duela.
No hay garantía de que todo va a salir bien y, aún así, seguimos intentándolo.
Tropezando, cayendo y levantándonos.
¿Y por qué?
Pues precisamente porque no es segura la victoria, tampoco lo es la derrota.

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domingo, 8 de febrero de 2015

Hoy no...

Sé que suena triste, oscuro y sucio.
No quiero que me habléis, no me miréis.
No me juzguéis.
Sé que el agua está turbia y mi mente embotada.
No quiero la compasión hipócrita de los que me sonríen con una mueca perfectamente ensayada.
Sé que el cielo es gris en días de tormenta.
Odio fingir que me siento bien cuando solo quiero cerrar los ojos y huir.
Y correr.
Y chillar.
Y despedirme.
Sé que la noche es demasiado larga y demasiado solitaria.
Lo único que necesito es aclarar mis ideas.
Que el peso que cargo se haga más leve.
Es sólo un gemido.
El mensaje de socorro en la botella de un náufrago.
Hay momentos en los que me abruma lo insignificante que soy en un mundo que no parará de girar.
Soy consciente de que cada uno debe buscar su propia felicidad pero la mía se burla de mí.
Hoy no me apetece ponerme unos tacones, pintarme los labios y fingir que soy perfecta.
Hoy no me apeteces tú.
Hoy no me apetece el sol.
Hoy no...

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